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Actualizado: 18 de junio de 2025


Medrados estamos con el paladín éste, que todavía no se ha quitado de los zapatos el barro amarillo de los breñales de Hanson y ya viene tratándonos de parlanchines. ¡Qué gente tan lista la de esta tierra, Roger! dijo Gualtero con sorna, guiñando el ojo á su amigo. ¿Cómo debemos tomar vuestras palabras, señor mío? Tomadlas por donde podáis sin quemaros, respondió Gualtero. ¡Otra agudeza!

¡Nada, absolutamente nada! pensaba el paladín trazando monigotes en la arena; pero ante la perspectiva del duelo, ante la idea de cruzar un par de tiros, parecíale oír ya el estampido de las armas de fuego; y a este eco siniestro surgía en su mente el fantasma del crimen, primero; el de la muerte, después; el del infierno, por último, donde no hay reposo ni paz, ni descanso, ni esperanza, sino eterno llanto, eterno crujir de dientes, eterna rabia.

Cervantes reía de él y de su fingida muerte en el límite de los dos hemisferios al relatar «la aventura del barco encantado», cuando Don Quijote y su escudero flotaban sobre el Ebro en un bote sin remos... El iluso paladín creía estar a los pocos minutos de navegación cerca de la línea equinoccial; y para convencerse, recomendaba a Sancho que buscase en sus ropas para ver si encontraba «algo»... «Algo y aun algos», contestaba el escudero socarrón hurgándose el pecho.

Sus pasiones eran las mismas; sus pensamientos, que consideraban propios, eran destellos y reflejos de otros pensamientos remotos; y todos los actos que tenían por buenos o malos merecían esta clasificación inmutable, porque así lo habían decidido los muertos, los tiránicos muertos, a los que el hombre tendría que matar de nuevo si deseaba ser libre realmente... ¿Quién llegaría a realizar esta gran hazaña libertadora? ¿Qué paladín tendría fuerzas suficientes para matar al monstruo que pesaba sobre la humanidad, enorme y abrumador, como los dragones de las leyendas que guardaban bajo su corpachón inútiles tesoros?...

Agreguemos que carece de fortuna y que, por consiguiente, su matrimonio es un matrimonio de amor. Reconócese un matrimonio de amor en que el novio aporta la fortuna y adopta el régimen de la comunidad: a esto se reduce el heroísmo del paladín moderno; puede arrepentirse de su gallardía más tarde, a la hora del divorcio.

Veo que os admira hallarme aquí, dijo alegremente la encantadora dama. Trovador quisiera ser para cantar cual se merece nuestra aventura de ayer; el perverso Hugo, la cuitada doncella y el paladín esforzado que la rescata de las garras del tirano. Mis trovas os harían célebre y pasaríais á la posteridad cual otro Percival ó Amadís famoso y gran desfacedor de entuertos.

El señor de Morel se inclinó para contemplar á su sabor á tan famosos guerreros; uno capitán de compañías auxiliares y guerrillero incomparable; el otro paladín renombrado, que desde muy modesta posición habíase elevado hasta ocupar el segundo lugar después de Chandos entre las mejores lanzas inglesas, y conquistádose inmensa popularidad entre los soldados de todo el ejército.

De esa manera, ocultos los vascongados detrás de las malezas en las pendientes de las montañas de Altabiscar, esperaban al ejército francés del paladín Roldán, que debía penetrar en el estrecho paso de Roncesvalles.

Volviendo a nuestro Polo prosiguió Rafael , no satisfecho con tener un nombre tan adaptado al título de una colección de poesías, se le ocurrió la idea de poner también el de su madre, o el de su abuela, según lo más o menos armonioso de las sílabas, y tuvo la satisfacción de estampar con letras góticas en el frontispicio de su obra: Por A. Polo de Mármol; y quedó tan contento al ver en papel vitela su nombre prosaico prolongado, ennoblecido, sonoro, distinguido y soberbio, a manera de un paladín antiguo que sale de la tumba con su armadura mohosa, que se creyó otro hombre distinto del que era antes; se admiró y se respetó, como aquel oficial portugués que viéndose en el espejo, armado de pies a cabeza, se echó a temblar, teniendo miedo de mismo.

Los que volvían de allá, adornado el casco con raros plumajes, hablaban de ejércitos de hombres cobrizos y fieros que sacaban el corazón a los enemigos para ofrecerlo a sus dioses; de esbeltas y ligeras amazonas con sólo un pecho, para tirar mejor del arco; de tritones mostachudos en los ríos, sirenas en las desembocaduras, perlas en los golfos y grandes bloques de oro nativo, del que enseñaban fragmentos... ¡Las ricas ínsulas no eran ficciones de los libros! ¡Había tierras en las que un paladín podía crearse un reino a golpes de espada!... Y la juventud corrió a llenar con sus armas y sus ilusiones las naos de Sevilla y Cádiz; y una vez en el otro mundo, empezaban la epopeya de los «navegantes de tierra firme», más dolorosa y más heroica que la de los navegantes del mar.

Palabra del Dia

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