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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Dijo esto Elena con fría aspereza y volviendo la cara, para ocultarme, sin duda, sentimientos que la ruborizaban. La emoción contenida de Lacante me había dado pena, pero la de Elena me dejó indiferente. Cualquiera que fuese la causa, sabía yo que su corazón no entraba en ella para nada.
Esta noche no me has dado un beso, hijo mío dijo medio en broma, medio regañando; sabes que cuando eras pequeño, eso era mala señal; alguna tontería o alguna pena que ocultarme. No querías mirarme de frente porque decías que leía en tus ojos... Y apoyándose en la almohada, preguntó en tono risueño, desmentido por su acento angustiado: ¿Tontería o pena, hijo mío?
»Y me aterré más todavía; y cuando Luz, pareciéndole siglos los instantes que yo tardaba en responderla, me dijo, con la voz de su angustia desesperada: «¡Habla, aunque sea para acabarme de matar!, yo enmudecí y bajé la cabeza, cerrando los ojos. Quería ocultarme en aquella ilusoria obscuridad, ya que el suelo no se abría bajo mis pies para devorarme.
No puedo ocultarme por más tiempo que hay en ella un principio de desorden que ya está produciendo notables desequilibrios, el cual desorden se halla sostenido, á no dudarlo, por un predominio nocivo del pensamiento sobre las otras facultades interiores. ¡Y cuán cierto es que el cultivo exclusivo del pensamiento conduce al orgullo!
Al llegar al corredor de cristales que daba vuelta a todo el patio, percibí con claridad los objetos, por la mucha luz de la luna que allí penetraba. Entonces medité, y formulando vagamente un plan, dije: Aquí buscaré un sitio donde ocultarme. Lord Gray no puede haber llegado todavía. Le espero, y cuando venga le saldré al paso. Puse atento el oído, y creí sentir un rumor vago.
Por torpe que sea, ya debo comprender los signos de bonanza y tempestad manifestó tristemente. ¿Por qué ocultarme tus penas? ¿Te da vergüenza que yo las sepa? No debes tenerla... Ya ves, las mías las sabe todo el mundo, y por eso no me abochorno. El amar no ha sido jamás delito... ¿Temes hacerme sufrir demasiado mostrándome los estragos de tu pasión? Desecha ese temor.
Beatriz e Inés volvieron a entrar en la habitación y se sentaron junto al brasero, una enfrente de otra. ¡Qué precipitación de viaje! dijo doña Beatriz sencillamente. ¿Estará enfermo Paco? exclamó Inesita . Tal vez llame porque esté enfermo y Braulio no nos lo haya querido decir. No lo creas, Inés contestó doña Beatriz . Braulio no sabe ocultarme nada.
¿Cómo los dos? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Yo? Nada. ¿Tú sabes algo? No, hombre, no. O me lo dices, o se lo pregunto al mismo Carlos Ohando. ¿Es que está aquí Catalina? Sí, está aquí. ¿De veras? Sí. ¿En dónde? En el convento de Recoletas. ¡Encerrada! ¿Y cómo lo sabes tú? Porque la he visto. ¡Qué suerte! ¿La has visto? Sí. La he visto y la he hablado. ¡Y eso querías ocultarme!
Bien es que sepas también lo que durante mucho tiempo he procurado ocultarme a mí misma, lo que yo veo distintamente con susto y con pena y lo que me duele confesarte.
Al morir a manos del desengaño este amor efímero, al convertirse en hiel esta liviandad legalizada y consagrada que me echó en brazos de D. Jaime, ha revivido en mí otro amor espiritual y con objeto digno; otro amor, de que yo neciamente me sonrojaba; otro amor que he querido ahogar, que he querido ocultarme a mí propia, y que ahora reaparece inmaculado y puro, aunque sin esperanza en esta vida.
Palabra del Dia
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