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Actualizado: 15 de junio de 2025


Al hallarse en la calle, sintió mas viva su curiosidad, y la compasión hacia la joven era mas intensa. ¿Es su hija, es su mujer, es su sobrina, es su protegida? exclamó. ¡Oh! No es posible renunciar á saber los secretos de esta casa. ¿Cómo renunciar á oírlos de la boca de Clara, que los contaba con tanta ingenuidad? Anduvo un buen trecho por la calle, y se paró, miró á la casa.

Son sumamente viciosos en toda clase de vicio: son grandes fumadores: el aguardiente lo beben como agua, hasta que se privan enteramen: beben mucho mate, y luego se comen la yerba, y con la bebida se acuerdan de todos los agravios que han recibido ellos y sus antepasados, las peleas que han tenido y las invasiones que han hecho: todo lo cantan y otros lloran, que es una confusion oirlos.

Pero no contaba con Tristán de Horla, que levantando con sus forzudas manos pesado peñasco lo dejó caer á plomo sobre el hondero, al pasar éste al pie de la roca, con tanto tino que le destrozó un hombro, derribándolo al suelo, donde empezó á dar grandes gritos. Al oírlos se incorporó Roger, miró en derredor como atontado, y de pronto vió uno de los caballos que á pocos pasos de él estaba.

El vigilante puede oírnos, y todo se perdería... ¡Jacobo! ¡Mi pobre Jacobo! ¡En qué estado te encuentro! Mírame... que yo vea tus ojos... ¡Cómo has debido sufrir para llegar á esta delgadez, á este abatimiento!... Le atrajo al ángulo más lejano de la sala, donde era difícil verlos é imposible oirlos desde fuera.

Después, si el público se aburre de oírlos y no los aguanta, el autor dirá tal vez que el público es atrasado é indocto. Y si el público los aguanta y los aplaude, por aquello de que Un sot trouve toujours un plus sot qui l'admire, el mal será mayor; pero en ninguno de ambos casos veo yo que el teatro libre é independiente que trata de fundarse valga como remedio.

Juan Claudio Hullin se reía de estas cosas, pues no era su ingenio bastante sutil para penetrar en las esferas invisibles; pero Luisa al oírlos experimentaba una gran turbación, sobre todo cuando el cuervo agitaba las alas y dejaba oír su ronco grito.

Su cara era una mueca horrible, sus ojos se abrían y se cerraban automáticamente; sus piernas estaban paralizadas, su cuerpo hundido en el sillón, sus manos muertas. Le Tas no había conocido más que un sentimiento humano: adoraba a Honorina. La monstruosa criatura se arrojó sobre el cuerpo de su dueña lanzando un grito como el que no es posible oírlos más que en el desierto.

A los pocos días presentóse el galán en casa de don Pedro, con su Alguacil, á pedir la mano de la niña, siendo recibido con toda gravedad por el tutor, el cual díjoles, después de oirlos y con mucha flema, que aguardase un momento, pues iba á avisar á su sobrina.

En el verano, al mediodía, cuando los fuertes calores que casi hacían derretir al resto del género humano apenas si vivificaban sus soñolientos organismos, era sumamente grato oirlos charlar recostados todos en hilera, como de costumbre, contra la pared, trayendo á la memoria los chistes ya helados de pasadas generaciones que se referían, medio balbuciendo, entre sonoras carcajadas.

El padre Aliaga pareció no haber oído la contestación del tío Manolillo. Sólo quiero ver á esa joven dijo para salir de una duda; y puesto que vos podéis mostrármela en palacio, á palacio voy. Y el padre Aliaga se levantó. En aquel momento sonaron pasos en el corredor. Al oírlos el bufón se levantó, y escuchó con atención.

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