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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Lo peor fue que viéndole su mujer tan retortijado y hecho todo una ese, creyó que tenía el dolor espasmódico que le solía dar; y como el mejor remedio para eso eran las friegas, Nicanora le propuso dárselas, y al oír tal proposición, tembláronle a Ido las carnes, viéndose descubierto y perdido. «Ahora que la hemos hecho buena» pensó.

No señor, no se parece dijo la mujerona con no menos rudeza, mostrando al hablar unos dientes picudos y amarillos entre las salchichas de sus labios . Bien se ve que estás ciego. La señora es más guapa. Ya quisiera la Nicanora parecerse a la suela de sus zapatos. ¡Muuú! mugió burlescamente el Ingeniero . Ya la has metido; ya has soltado una barbaridaz.

No la hagan ustés caso continuó, dirigiéndose a los dos jóvenes ; le tié tirria a la Nicanora porque la chica está por . La semana pasá se tiraron del pelo y fueron a la delegación del distrito. Que sus den morcilla a los dos dijo la gorda con bronco vozarrón.

Pronto se vieron lágrimas resbalando sobre el betún, llanto que al punto se volvía negro. «Te voy a matar, grandísimo pillo, ladrón...». Estos son los condenados charoles que usa la señá Nicanora. Pero, ¡re Dios!, señá Nicanora, ¿para qué deja usté que las criaturas...?». Una de las mujeres que más alborotaban se aplacó al ver a las dos damas.

«¡Cristo!, ya le tenemos otra vez con el dichoso dengue... chilló Nicanora, reponiéndose al instante de aquel gran susto . Pobrecito mío, hoy viene perdido...». Don José entró a pasos largos y marcados, con desplantes de cómico de la legua; los ojos saltándosele del casco; y repetía con un tono cavernoso la terrorífica palabra: ¡adúuultera!

Tenían que librarse de la vigilancia de doña Cristina, para cambiar la carta que llevaba escrita con la que le entregaba Pepita en un rincón del hotel, ó en una revuelta del jardín: y gracias que contaban con el auxilio de Nicanora, la aña de su novia, la ama seca que, después de criar á la niña, se había quedado á su lado disputando su influencia, primero á la institutriz, y ahora á las doncellas y demás servidumbre femenina de la casa.

Caballeros, ¡y qué par de ojos se trae la socia! Luego continuó, dirigiéndose a su enorme compañera, con el mismo acento que si hablase a un perro: Oye, , ¿no encuentras que esta joven se parece mucho a Nicanora, la cigarrera de la calle de Mira el Sol?...

Jacinta no sabía a quién compadecer más, si a Nicanora por ser como era, o a su marido por creerla Venus cuando se electrizaba. Ido estaba muy cohibido delante de las dos damas. Como la silla en que doña Guillermina se sentó empezase a exhalar ciertos quejidos y a hacer desperezos, anunciando quizás que se iba a deshacer, D. José salió corriendo a traer una de la vecindad.

Rosita apilaba pliegos y resmas sin decir una palabra. Nicanora hizo a Jacinta, mirando a su marido, una seña que quería decir: «Hoy está bueno». Después empezó a pasar rápidamente la brocha sobre el papel, como se hace con los estarcidos. Y las suscriciones de entregas preguntó Guillermina , ¿dan algo que comer?

Un rato estuvo Ido del Sagrario ante el establecimiento de El Tartera, que así se llamaba, mirando los dos tiestos de bónibus llenos de polvo, las insignias de los bolos y la rayuela, la mano negra con el dedo tieso señalando la puerta, y no se decidía a obedecer la indicación de aquel dedo. ¡Le sentaba tan mal la carne...! Desde que la comía le entraba aquel mal tan extraño y daba en la gracia estúpida de creer que Nicanora era la Venus de Médicis.

Palabra del Dia

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