Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 5 de octubre de 2025
Pepita no la acompañaba. Decía estar enferma; se quejaba de dolores de cabeza, sentía un malestar general; en fin, cosas de muchacha, y doña Cristina la dejaba en el hotel bajo la vigilancia del aña Nicanora. Sánchez Morueta estaba en Madrid desde hacía una semana, muy atareado por los nuevos negocios que todos los meses hacían necesaria su presencia en la capital.
Porque la señora doña Guillermina, que es tan buena, nos socorrió con bonos de carne y pan, y a Nicanora le dio una manta, que nos viene como bendición de Dios, porque en la cama nos abrigábamos con toda mi ropa y la suya puesta sobre las sábanas... Descuide usted, Sr. del Sagrario; yo le procuraré alguna prenda en buen uso. Tiene usted la misma estatura de mi marido.
No tengo más que una camisa, que Nicanora, naturalmente, me lava ciertas y determinadas noches mientras duermo, para ponérmela por la mañana... pero no me importa. Anden mis niños abrigados, y a mí que me parta una pulmonía. Yo no tengo niños dijo la dama con tanta pena como el otro al decir «no tengo camisa». Maravillábase Jacinta de lo muy razonable que estaba el corredor de obras.
Hasta había efectuado un registro minucioso en el cuarto de la niña, presintiendo cartitas escondidas, algo que revelase la certeza del noviazgo. Nada había encontrado; pero le daba el corazón que algo existía. Tal vez lo guardaba oculto la aña Nicanora, complaciente siempre con la señorita.
A un extremo los cuadernillos apilados formaban compactas resmas blancas; a otro las mismas resmas ya con bordes negros, convertidas en papel de luto. Ido extendía sobre el tablero los pliegos de papel abiertos. Una muchacha, que debía de ser Rosita, contaba los pliegos ya enlutados y formaba los cuadernillos. Nicanora pidió permiso a las señoras para seguir trabajando.
No puso él la moneda en el bolsillo de su chaleco, donde la habría descubierto Nicanora, sino en la cintura, muy bien escondida en una faja que usaba pegada a la carne para abrigarse la boca del estómago. Porque conviene fijar bien las cosas... aquel duro, dado aparte, lejos de las miradas famélicas del resto de la familia, era exclusivamente para él.
¡Vaya, pasearos! dijo animosamente la ruda Nicanora. Deciros algo: hablad sin miedo. Aquí estoy yo para avisar si algo ocurre. Y poco á poco fué quedándose rezagada, dejando que los novios anduviesen lentamente, la vista en el suelo, con el atolondramiento del que ha pensado muchas cosas para decirlas y no sabe cómo empezar.
Dando trompicones, entró Ido en una de las alcobas, y apoyando la rodilla en el camastro que allí había empezó a dar golpes con el palillo, pronunciando torpemente estas palabras: «Adúlteros, expiad vuestro crimen». Los que desde el corredor le oían, reíanse a todo trapo, y Nicanora arengaba al público diciendo: «pronto se le pasará; cuanto más fuerte, menos le dura».
Si algo expresaba era un genio muy malo y un carácter de vinagre; pero en esto engañaba aquel rostro como otros muchos que hacen creer lo que no es. Era Nicanora una infeliz mujer, de más bondad que entendimiento, probada en las luchas de la vida, que había sido para ella una batalla sin victorias ni respiro alguno.
Hombre, yo te diré repuso el capitán con cierta vacilación. Me gusta que estén así, tan amartelados, pero no me place todo lo que allí veo. Por ejemplo, tienes á todas horas metido en el hotel al fantasmón de Urquiola, que se pavonea por los salones como si ya fuese el amo. Doña Cristina no hace nada sin consultárselo. Además, ¿te acuerdas de Nicanora, el aña?
Palabra del Dia
Otros Mirando