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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Cecilia se puso fuertemente pálida, y dejó que su madre le besase con efusión la mano que tenía entre las suyas. Repuesta del susto, preguntó: ¿Qué ha pasado, mamá?... Habla. Una cosa horrible, alma mía... ¡Una infamia!... Quisiera morirme en este momento, para no ver la ruindad, la maldad que se hace con una hija mía. Tranquilízate, mamá. Estás enferma, y puede hacerte mucho daño esta emoción.
Debe usted comprender que mi hija en su posición no ha dejado de tener pretendientes... Hace dos ó tres años que estamos literalmente sitiadas... Pues bien, es menester acabar... Yo estoy enferma... Puedo morirme de un día á otro... Mi hija quedaría sin protección... Además, este es un matrimonio en que se reunen todas las conveniencias, que la sociedad aprobará ciertamente, y yo sería culpable si no consintiera en él... Se me acusa ya de inspirar á mi hija ideas novelescas... la verdad es que yo nada la inspiro.
Lita contestó muy seriamente: ¿Prefieres entonces, para casarte conmigo, que yo siga enferma, clavada en mi silla como los pajaritos embalsamados en los sombreros de mamá? ¡Oh, no, niña, no! afirmó Ramón con toda su alma. Prefiero morirme. Se lo juro. No digas tonterías. Se hizo una pausa, que cortó Ramón, después de suspirar: Tengo algo que mostrarle, además del saltaperico, niña Lita... ¿Qué?
Navarro empezó a decaer después de la confesión, y se aplanó tanto aquella noche, que no podía moverse y hablaba con mucha dificultad. Su hermano no se movía de su lado. Tengo que hablarte le dijo Carlos, esforzándose en sacar del pecho la voz . Yo me muero y no quiero morirme sin confesar que te debo inmensos beneficios, que te has conducido cristianamente conmigo.
Pero, no importa; la pasión me asusta, me aterra; pero, con todo, no hubiera querido morirme sin sentir esto, suceda después lo que quiera. ¡Ay, Serafina de mi alma, quiérame usted por Dios, porque estoy muy solo y muy despreciado en el mundo y me muero por usted...! Y no pudo continuar porque las lágrimas y los sollozos le ahogaban.
Sabe Dios cuánto tiempo hubiera estado silencioso y como sujeto a un encanto, si ella, repuesta del trabajo que la había costado aquella su extraña confesión, no le hubiera dicho: Sólo hay una manera, señor mío, repito, para que yo os perdone vuestro atrevimiento, y es que siendo, según decís, esa medalla que pendiente de ese cordón lleváis sobre el pecho, un preservativo contra los demonios, ya sean o no sean familiares, y contra toda casta de espíritus foletos y malditos, me la entreguéis, para que yo pueda quedar esta noche sin morirme de miedo en mi casa; que mañana será otro día, y ya buscaré yo vivienda en que acomodarme, donde no haya habido nunca, ni duende, ni trasgo, ni fantasma, ni alma en pena, ni cosa que en mil leguas al otro mundo huela.
Poco a poco se serenaron; don Evaristo, la hizo sentar a su lado en el sofá, y con voz clara y firme le habló de esta manera: «Me parece que esto se arregla. ¡Cuánto me gustaría morirme dejándote en una situación normal y decorosa!... Bien veo que no es fácil que tu marido te sea simpático; pero eso no es inconveniente invencible.
Eso quiero yo, Ana; saber... saberlo todo. Yo también padezco, yo también creí morirme, aquí mismo... sentado ahí... donde otras veces hablábamos del cielo... y de nosotros. Ana, yo soy de carne y hueso también; yo también necesito un alma hermana, pero fiel, no traidora.... Sí, creí que moría.... ¿Por mí, por culpa mía, verdad? ¿Morir por ser yo traidora, si mentía, si me manchaba?...
Todo pasó, todo va cayendo atrás revolviéndose en la estela que deja el barco...». De repente dio un salto, y levantándose se puso a dar paseos. «Mañana mismo me voy dijo , sí, me voy para siempre. ¡Morirme yo aquí, para que me lleven en esos carros tan cursis! No; gracias a Dios que tomo una resolución; y lo que es esta viene fuertecilla.
¡Qué importa! Te digo que quisiera morirme... Daría con gusto la vida por que no quisieras a Gonzalo... ¿Le quieres, corazón mío, le quieres mucho? Cecilia no contestó. ¡Dime, por Dios, que no le quieres! Cecilia siguió callada. Al cabo de algunos instantes dijo, esforzándose en vano por dar una inflexión segura a la voz: Gonzalo renuncia a casarse conmigo, ¿verdad?
Palabra del Dia
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