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Pasé varios días mortales, es cierto, en que no hubo delante de mis ojos ni la sombra de la esperanza. Pero ahora ya no la tengo en Julio, ahora es otra clase de esperanza, muy distinta, aunque muy inexplicable. Inquietud ya no siento. Es algo así como si tuviera júbilo de morirme y dejarlos a ustedes felices.

Ahora apóyese V. bien en y vamos a ver si hallamos un coche. ¿Pero dónde me lleva V.? A ningún sitio malo ¿tiene V. miedo? ¡Ah! no: el corazón me dice que es V. una persona caritativa. Vamos andando... a ver si llegamos pronto a casa para que V. se seque y tome algo caliente. Dios se lo pagará a V. caballero... la Virgen se lo pagará... Creí que iba a morirme en ese sitio.

El corazón me dice que antes de morirme te veré establecido y casado. ¿Casado? ¡Por supuesto! ¿Con quién? Con una muchacha buena, hacendosa, que te quiera mucho. ¿Pobre o rica? ¡Eso será como Dios quiera! Por mi gusto... ¡pobre!

«La quiero tanto dijo sin mirar a su tía, y encontrando palabras relativamente fáciles para expresar sus sentimientos , la quiero tanto, que toda mi vida está en ella, y ni ley ni familia ni el mundo entero me pueden apartar de ella... Si me ponen en esta mano la muerte y en esta otra dejar de quererla y me obligan a escoger, preferiré mil veces morirme, matarme o que me maten... La quise desde el momento en que la vi, y no puedo dejar de quererla, sino dejando de vivir... de modo que es tontería oponerse a lo que tengo pensado, porque salto por encima de todo y si me ponen delante una pared la paso... ¿Ve usted cómo rompen los jinetes del Circo de Price los papeles que les ponen delante cuando saltan sobre los caballos?

Pueden venir, y ya ve usted... qué compromiso. No me dejarán hacer mi gusto, me enfadaré, y no me moriré tan santamente... como quiero morirme. No dijo más. Plácido, acercándose a contemplarla, se asustó extraordinariamente.

no me quieres, me estás engañando... le quieres otra vez... le has visto en alguna parte. La verdad... Más quiero morirme de pena que de vergüenza. Fortunata, yo te saqué de las barreduras de la calle, y me cubres a de fango. Yo te di mi honor limpio, y me lo devuelves sucio. Yo te di mi nombre, y haces de él una caricatura. El último favor te pido... la verdad, dime la verdad». ix

Aquel cuchicheo tan suave que salía de su boca, penetraba en todo mi ser y lo henchía de voluptuosidad. Hubiese querido prolongar unos instantes más aquel estado, y morirme después. Cuando volvíamos para casa traté de explicarle algo de lo que me pasaba, para que conociese siquiera un parte del amor infinito que me inspira; pero siempre rehuía la conversación.

Lo único por lo que siento morirme es por no ver más estos seres preciosos, encantadores. Al mismo tiempo le cogió con dos dedos la barba. Ya sabemos que Manuel Antonio no podía sufrir tales juegos de manos delante de gente. Vamos, pajalarga, quieto exclamó poniéndose serio y rechazándole. ¿Que no eres precioso?

El día que vuelva a mi ramo, no admito credencial que sea inferior a treinta. Pero como aquí se hacen mangas y capirotes de los derechos adquiridos... ¡qué país! Yo entré en Penales con ocho, después me pasaron a Instrucción Pública con diez, luego cesante, y al fin, para no morirme de hambre, tuve que aceptar seis en Loterías.

Mujer, no te irrites.... No quiero hacer creer que necesito limosnas; soy pobre, pero aún tengo para no morirme de hambre, y sobre todo, con orden y economía, sin querer aparentar más de lo que realmente se tiene, lo pasa cualquiera tan ricamente. Y estas palabras las subrayó el viejo con el acento y la mirada burlona que fijaba en su hermana.