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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Ahora apóyese V. bien en mí y vamos a ver si hallamos un coche. ¿Pero dónde me lleva V.? A ningún sitio malo ¿tiene V. miedo? ¡Ah! no: el corazón me dice que es V. una persona caritativa. Vamos andando... a ver si llegamos pronto a casa para que V. se seque y tome algo caliente. Dios se lo pagará a V. caballero... la Virgen se lo pagará... Creí que iba a morirme en ese sitio.
En cambio, ¿qué vale el espíritu que se aparta del mundo real, creyendo adorar lo divino y adorándose a sí propio? Ni para resistir los golpes del infortunio más vulgar conserva brío suficiente. ¿Qué energía de voluntad me queda? Sólo soy capaz de vil y cobarde resignación o de morirme aquí de pena, como mujercilla nerviosa. ¡Qué vergüenza! No puedo más. ¡Ay de mí!
Pues entonces añadió mi ama , pueden ver la función desde la muralla de Cádiz; pero lo que es en los barquitos... Digo que no y que no, Alonso. ¡Mujer! exclamó con aflicción mi amo . ¡Y he de morirme sin tener ese gusto! ¡Bonito gusto, hombre de Dios! ¡Ver cómo se matan esos locos!
Pero lo que más la irritaba era el qué dirán de las gentes, la murmuración de las amigas envidiosas, darles el gusto de verla abollada. ¡Ay, Dios mío! tengo tanta vergüenza, que quisiera morirme. La madre intervino: ¿Quieres callarte, Angelita? Estás ahí hablando zonceras sin fundamento; si nos vamos al Frigal, lo que no se ha decidido aún, será por mi salud, ni más ni menos.
No me han dejado criarla, Julián.... Manías del señor de Juncal, que aplica la higiene a todo, y vuelta con la higiene, y dale con la higiene.... Me parece a mí que no iba a morirme por intentarlo dos meses, dos meses nada más.
¿Por qué no se sienta usted? preguntóle doña Paula interrumpiendo su discurso. Estoy bien, señora; siga usted. Con aquella interrupción se turbó. No supo proseguir en algunos segundos. Al cabo murmuró: ¡Es una desgracia!... No sabe usted, señor Duque, lo que está pasando por mí en este momento. ¡Quisiera morirme! Y las lágrimas acudieron a sus ojos. Sacó el pañuelo, y ocultó el rostro con él.
No creas que me engatusas con tus bromitas, trapalona, zalamera... decía la señora, ya desarmada y vencida . Yo te aseguro que no me importa nada lo que has hecho, porque el dinero de Trujillete yo no lo había de tomar... Preferiría morirme de hambre, a manchar mis manos con él... Dáselo, dáselo a quien quieras, ingratona, y déjame a mí en paz; déjame que me muera olvidada de ti y de todo el mundo.
Luego D. Evaristo pareció instantáneamente asaltado por una idea que le inquietaba. Después de meditar un instante, aprovechando aquella ráfaga de inteligencia que cruzaba por su cerebro, cogió el sobre que contenía la inscripción, y devolviéndoselo, le dijo: «No dejes esto aquí. Puedo morirme de un momento a otro, y tu dinero corre peligro de extraviarse. Es mejor que lo guardes tú.
Yo sentí una opresión de agonía, un ansia de llorar que era como ansia de morirme... ¡Y no podía llorar, y no podía morirme! Por no poder llorar ni morirme me sentí sonámbulo. Y di un puntapié con toda mi fuerza a la puerta del sepulcro, una encantadora capillita gótica. Aunque era de hierro, la puerta voló en astillas y pavesas. Adentro del sepulcro había un ataúd cerrado con llave.
Y aquí ahogó de nuevo el llanto la voz de Currita, prosiguiendo a poco entre sollozos: ¡Qué ultraje, Butrón, qué vergüenza!... ¡Creí morirme de sentimiento!... ¡Al padre de mis hijos debo esta ofensa!... Bien se lo he dicho mil veces: tu condescendencia con esa gentuza nos va a perder, Fernandito... Pero ¿viste tú esa carta? exclamó Robinsón estupefacto.
Palabra del Dia
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