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Actualizado: 3 de julio de 2025
El principal discutía con don Ramón y otros señores, ricos cosecheros que llegaban con cierto aire despavorido y se serenaban, acabando por reír, luego de escuchar las vehementes palabras del millonario. Montenegro no prestaba atención, a pesar de que la voz de don Pablo, aflautada por la cólera, se esparcía algunas veces por el escritorio.
Montenegro encargó su comida, y el criado puso la mesa en aquel cuartucho, que olía a vino, y, por lo menguado, parecía un camarote. Poco después volvió con una gran batea llena de cañas. Era un obsequio de don Luis. El señorito dijo el camarero se ha enterado de que están aquí, y les envía esto. Además, pueden ustedes tomar lo que gusten; todo está pagado.
Tampoco los tiene Salvatierra, ¡y para que seáis más revolucionarios que él!... El nombre de Salvatierra pareció detener en lo alto las pesadas cuchillas. Dejad al muchacho dijo a espaldas de ellos la voz de Juanón. Yo le conozco y respondo de él. Es el amigo del compañero Fernando; es de la idea. Aquellos bárbaros abandonaron a Fermín Montenegro con cierta pena, viendo malogrado su placer.
El caballo pace la yerba lozana y olorosa que crece en el rocío de la tapia. El Caballero vuelve a montar y emprende el camino de su casa. Don Juan Manuel Montenegro, llama con grandes voces ante el portón de su casa. Ladran los perros atados en el huerto, bajo la parra.
Y con repentino entusiasmo, olvidando su enojo, comenzó a explicar con una delectación de artista la ceremonia del día anterior en la iglesia de los que él, por antonomasia, llamaba los Padres. Primer domingo del mes: fiesta extraordinaria. El templo lleno: los oficinistas y trabajadores de la casa Dupont hermanos estaban con sus familias; casi todos (¿eh, Fermín?), casi todos: muy pocos faltaban. Había pronunciado el sermón el padre Urizábal, un gran orador, un sabio que hizo llorar a todos; (¿eh, Montenegro?) ¡a todos!... menos a los que no estaban. Y después, había llegado el acto más conmovedor.
Y añadió dirigiéndose a Montenegro: Déjame ese papelillo en la cámara oscura y ojalá se os caigan las manos antes de traerme más recetas, como si fuese yo un boticario. El viejo se alejó con paso tardo y balanceante hacia el fondo de la bodega, y Montenegro salió de ella pasando por el taller de tonelería antes de regresar al escritorio.
Cuando tan pronto vienes, algo güeno ties que dicirme exclamó el mocetón con una confianza cándida que a Fermín casi le arrancó lágrimas. Suelta por esa boca, Ferminillo mío, ¿qué resultao traes de tu embajada?... Montenegro tuvo que hacer un esfuerzo violento para mentir, ocultando con vagas palabras su turbación. El asunto marchaba así, así; no del todo mal.
Reaparecía el exaltado, próximo al delirio al hablar de Dios y de la suerte de sus criaturas. Y pidiendo a Fermín que le compadeciese, lo hacía con tales gestos, que el joven temía que se arrodillara, con las manos juntas, como implorando su perdón. En ciertos momentos, Montenegro, a pesar de su tristeza, sentía deseos de reír por lo extraño de la situación.
Los arrumbadores, mocetones fornidos, en cuerpo de camisa, arremangados y con la amplia faja negra bien ceñida a los riñones, iban de un lado a otro con sus jarras de metal, trasegando los vinos de la combinación al tonel nuevo del envío. Montenegro conocía desde su niñez al técnico de la bodega de embarque. Era el empleado más antiguo de la casa.
Con su cabeza de chorlito, es la más buena de la familia. ¡Y don Pablo que se muestra tan orgulloso de la nobleza de su madre!... Esta y su hermana son de las que nos consuelan haciendo acabar en punta los linajes orgullosos... Continuó su marcha Montenegro, entre las miradas de asombro o las sonrisas maliciosas de los que habían presenciado su conversación con la Marquesita.
Palabra del Dia
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