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Actualizado: 3 de julio de 2025
Montenegro, a pesar de su vida sedentaria de oficinista, sentía removerse en él atávicos entusiasmos a la vista de un corcel de precio; sentía la admiración del nómada africano ante el animal, eterno compañero de su vida. De la riqueza de su jefe don Pablo, sólo envidiaba la docena de caballos, los más caros y famosos de las ganaderías de Jerez, que tenía en sus cuadras.
¿Qué hay, muchacho? ¿Traes noticias nuevas? ¿Sabes algo de la reunión en Caulina?... Me acaban de decir que llegan grupos de todos lados. Ya son unos tres mil. Montenegro hizo un gesto de indiferencia. Nada le importaba la tal reunión: él venía por otra cosa. Me alegro que pienses así dijo don Pablo, sentándose junto a su mesa, al pie del diploma de la bendición.
María de la Luz volvió a ocultar su cabeza entre los manos. Nunca: no hablaría: bastante llevaba dicho. Era un tormento superior a sus fuerzas. Si Fermín la quería un poco; debía respetar su silencio, dejarla en paz, que harto lo necesitaba. Y el estertor de sus lloros, rasgó de nuevo la calma del crepúsculo. Montenegro mostrábase tan desalentado como su hermana.
Evitaba presentarse en la plaza Nueva, donde se reunían en grupos los huelguistas de la ciudad, inmóviles, silenciosos, siguiendo con miradas de odio a los señores que intencionadamente pasaban por allí con la cabeza alta y una expresión de reto en los ojos. Montenegro dejó de pensar en la huelga, atraído por otros asuntos de mayor interés.
¡Señor!... ¡Señor!... ¿Ya no me conoce? ¡Soy Artemisa!... ¡Señor, franquee la puerta! ¡Por el alma de aquella santa! ¡Señor, que soy Artemisa! Las pisadas que vienen y van dejan de oírse y la puerta se abre con estrépito. En el umbral, sobre el fondo oscuro de la alcoba, aparece la figura de Don Juan Manuel Montenegro.
Muy fácil que sea de allí. Dispense la pregunta: ¿Usted es de allí? ¿No me conocéis? Soy Don Juan Manuel Montenegro. Por muchos años. EL TULLIDO DE C
Estos escaparon también, como si las palabras del jayán les hubiesen devuelto la razón. Montenegro, al verse solo frente al cadáver, tuvo miedo. Comenzaban a crujir algunas ventanas después de la fuga precipitada de los matadores y huyó, temiendo que le sorprendiesen los vecinos junto al muerto. No se detuvo en su fuga hasta llegar a las calles grandes.
Las copas que llevaba bebidas le abrasaban el estómago, como si el vino se transformase en veneno, por la repugnancia con que lo había tomado de aquellas manos. Dupont, oyendo a Montenegro, fingíase más ebrio de lo que realmente estaba, para ocultar de este modo su turbación. La amenaza de Fermín hizo abandonar al Chivo su mutismo.
La muchacha, como si la penosa revelación la hubiese sumido en la insensibilidad de los imbéciles, no cerró los ojos, no movió la cabeza para evitar el golpe. La mano de Fermín volvió a caer sin rozarla. Fue un relámpago de ferocidad; nada más. Montenegro se reconocía sin derecho para castigar a su hermana.
Aislado en su bodega, obligado al silencio por los largos encierros en la cámara oscura, sentía la comezón de hablar cuando se presentaba alguno del escritorio, especialmente Montenegro, que, lo mismo que él, podía tenerse por hijo de la casa. ¿Y tu padre? preguntó a Fermín. Siempre en la viña, ¿eh?... Allí se está mejor que en esta cueva húmeda. De seguro que vivirá más años que yo.
Palabra del Dia
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