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Actualizado: 3 de julio de 2025
Pues bien, allez, monsieur, allez, quiere decir al pié de la letra: anda, tonto, anda. Yo lo comprendí como lo digo; pero este insulto era un secreto de lenguaje; era un insulto que tenia en su abono el genio de una lengua que hablan en todo el mundo doscientos millones de hombres, y no habia otro remedio que bajar la cabeza y andar.
Marcelo Valdés, dejándose llevar por su brillante imaginación de novelista, había zurcido y fraguado luego toda su «novela de malas costumbres», alrededor de las tres personalidades de monsieur Jaccotot, su mujer y su hija. La trilogía era completa: Monsieur, Madame et Bébé! Con verdadero ingenio, su ensayo no carecía de gracia y humorismo.
Plaza de la Concordia. Arco de la Estrella. Campos Elíseos. Vuelta al Hotel. Mi mujer va haciendo admirables progresos en el idioma francés. Á las mujeres las dice monsieur y á los hombres madame: al quilógramo, medida de áridos, lo llama litro, medida de líquidos: el bulevar, es el restaurant y el restaurant es el bulevar, y así en otras cosas.
Como antes de penetrar el señor Colignon le anunció, al modo de heraldo, un resplandor rojizo y canicular, Belarmino se apresuró a esconder el libro y el cuadernito de notas. Oh, monsieur le cordonnier!
Al frente, la rue Royale, deslumbrando y bañada por las ondas de un poderoso foco de luz eléctrica que irradia desde la esquina de la Magdalena. A la derecha, los jardines de las Tullerías, claros como en medio del día, con sus juegos de agua y las estatuas con animación vital bajo el reflejo. Un muchacho se me acerca: Pour un sou, Monsieur, la Marseillaise, avec des nouveaux couplets.
Monsieur Jaccotot, el viejo maestro de francés, llamó ante el pizarrón a Perico Sosa, un rubiecito flacuchín, el menor y el más travieso de su clase de muchachones adolescentes, para dictarle ejemplos de la formación del femenino en substantivos masculinos o terminados en e, como nègre, nègresse...
Periquito, ¿te gusto?... ¿Que alce la careta?... ¿Para qué lo necesitas? Tú no te enamoras de las caras y haces bien. ¡Teniendo de aquí... y de aquí! ¿Eh? Adiós, adiós, Periquito. Hola, Delaunay... Hola, monsieur. ¿Cómo va ese tranvía aéreo? ¡Qué cosas se te ocurren! ¡Qué gran cabeza tienes! ¡Lástima que seas tan desgraciado! Dicen que no eres hombre práctico.
Y tan es así que, como quedara monsieur Jaccotot con la meditabunda mirada fija en el espacio y las dos lágrimas silenciosas deslizándose por las mejillas exangües, Manuel Peralta sacó el pañuelo para imitarlo, y comenzó la pantomima de un llanto inconsolable.
El estudiantillo desenvuelto se acercaba de cuando en cuando al cortinón, detrás del cual estaba apercibido el fonógrafo; abría una rendija, inmiscuía la nariz, y se volvía a decir: «Se va llenando el salón», «ya está lleno», «el filósofo sube al estrado», «monsieur Cleo de Merode va a comenzar su conferencia». Oyóse el carraspeo del fonógrafo, precursor de la emisión de la palabra.
Sí, señor; primero me quedo con él en el cuerpo que se lo dé al príncipe de Bismarck... y eso que mire usted, D. Ceferino, yo no tengo motivo para estar agradecido de los franceses. Aquí ha venido uno hace dos años, un monsieur Lefebre, que me ha quedado a deber quince días de pupilaje. Doblemente le honra a usted esa generosidad.
Palabra del Dia
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