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Entonces, tomando Currita el bouquet que tenía Martínez delante, tuvo la exquisita galantería de ponérselo ella misma en el ojal, repitiendo la acostumbrada frase de las floristas parisienses: Monsieur... Fleurissez votre boutonnière...

Al llegar aquí monsieur Sans-délai, traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado. Permitidme Mr.

Al ver a su discípulo rojo de vergüenza y oírle hablar en un tono de humilde arrepentimiento, perfectamente nuevo y desconocido en aquella clase, que él llamaba de «indios rebeldes», monsieur Jaccotot sintió intensa sorpresa... ¿Qué insólito caso se le presentaba?... Dispúsose pues, a leer el manuscrito y dio rápidamente vuelta la página de la carátula.

Dos más... contestó el ama reflexionando. , señora; ¿no llegó dos días antes? ¡Ah! tiene el señor razón... pero es que Monsieur Artegui, los dejó pagados. Lucía, que a la sazón doblaba algunas prendas de ropa para colocarlas en su baúl, volvió repentinamente la cabeza, como ave al reclamo. Sus mejillas estaban encendidas.

¿Qué comedia puede ser, Si en Francia, según me han dicho, En prosa se representan? No iguala al suave estilo De la poesía española Ninguna nación. Carrillo, ¡Bravas damas! Extremadas. ¡Qué de gabachos que miro! Ya empezarán la comedia, Que ha llegado el rey Enrico. Así alivio del gobierno los cuidados. Al fin, Monsieur de Bolí, ¿Que vas contra el rey de España?

No concibiéndolo sino como lo conocieron, probablemente toda la clase suponía que monsieur Jaccotot fuese viejo, calvo, canoso y de anteojos de oro desde el mismo instante del nacimiento. ¿Qué descabellada fantasía pudiera suponer que monsieur Jaccotot, el maestro francés, hubiese sido alguna vez joven, y menos aún niño?...

Y no solamente me hace daño, sino que me impone el deber de contestar con una cortesía, so pena de pasar por un hombre avieso y mal educado. ¡Pardon, monsieur! Pas de quoi, pas du tout. Usted perdone, caballero. No hay de qué.

Pertenecía aquella clase a un malhadado colegio criollo, cuya disciplina era menos que dudosa y cuyos estudiantes eran más que personajes. Cada vez que monsieur Jaccotot iniciaba alguna explicación, alzaba la voz algún impertinente. Espíritu sencillo, monsieur Jaccotot solía reprender entonces a sus alumnos, exclamando: En cuanto abro la boca, un imbécil habla.

Una palabra, señor Spadoni. Era monsieur Blanc, que me llevó aparte, entregándome un pequeño papel. Guárdeselo y no entre. Miré el papel: un cheque de un millón. ¡Puá! ¿Qué puede hacer un hombre con un millón?... Y al ver que lo arrugaba, tirándolo al suelo, el dueño del Casino me dió otro papel. Tome cinco y váyase.

Pero monsieur de Sans-délai se daba a todos los oficinistas, que es como si dijéramos a todos los diablos. ¿Pues para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: Vuelva usted mañana, y cuando este dichoso mañana llega, en fin, nos dicen redondamente que no? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor?