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¡Ah! exclamó, mientras todos los músculos de la cara se le contraían con una sonrisa . ¡Ah! ¡La hermana Saint-Sulpice, la andaluza! ¡Quién había de pensar...! Y eso que ya sabía que no estaba usted en el convento. Me he separado del camino que llevaba solamente por saludar a ustedes. La superiora se mostró muy amable, con esa cortesía humilde y empalagosa de las monjas.

Una de las dos monjas era joven, coloradita, de boca agraciada y ojos que habrían sido lindísimos si no adolecieran de estrabismo. La otra era seca y de edad madura, con gafas, y daba bien claramente a entender que tenía en la casa más autoridad que su compañera.

Poco después que ellas, subimos nosotros a la galería y dimos algunos paseos contra la voluntad de mi patrón, que a todo trance quería llevarme a casa para que me mudase. Mas yo tenía deseos de permanecer allí para confirmar a las monjas, sobre todo a la jocosa morena, en la salud y vigor de que me había jactado.

Conspiraban las infantas brasileñas con sin igual descaro; conspiraban los voluntarios realistas, ayudados por la turbamulta de frailes y clérigos mal avenidos con la idea de perder su omnipotencia; conspiraban las monjas y los sacristanes, muchos militares que se habían hecho familiares de los obispos, y para que no faltase su lado cómico a esta comparsa nacional, también se agitaban en pro de D. Carlos muchos señores que habían sido rabiosos democratistas y jacobinos en los tres llamados años de la titulada segunda época constitucional.

Me despedí para dar algunos paseos con él por la galería. Ya he dicho que procuraba presentarme en público las menos veces posible en compañía de las monjas. Las saludó con aquella displicencia y mirada cínica que tanto me desplacía. Así que no pude menos de abocarle con cierta frialdad. Buenos días, amigo. ¿Le ha pedido usted la conversación ya a la monjita? ¿Cómo la conversación?

Arremedábamos un catarro y parecía que habían echado pimiento en la iglesia. Estuve gran rato en la iglesia, hasta que empezaron vísperas. Oílas todas, que por esto llaman a los enamorados de monjas «solenes enamorados», por lo que tienen de vísperas, y tienen también que nunca salen de vísperas del contento, porque no se les llega el día jamás. No se creerá los pares de vísperas que yo .

El señor Somoza expuso latamente varias vulgaridades relativas a la renovación del aire, a la calefacción, aeroterapia y demás asuntos de folletín semicientífico. Después volvió a la desgracia de aquella casa. ¡Cuatro hijas y dos ya monjas! Esto es absurdo. No, señor; absurdo no, porque son ellas las que libremente escogen.... ¡Libremente! ¡libremente!

Habitaban en celdas desnudas de todo aparato, vestian los monges de negro , con túnica, escapulario y cogulla , las monjas con túnica tambien negra, y velo del mismo color, ó encarnado, simbolizando, bien la tristeza del destierro en que el alma consagrada á Dios vive en este mundo, bien su continua disposicion á dar la sangre por Jesucristo.

Son los guiris dijo Bautista a Martín. Me alegro. La media compañía se acercó al grupo. ¡Alto! gritó el sargento . ¿Quién vive? España. Daos prisioneros. No nos resistimos. El sargento y su tropa quedaron asombrados, al ver a un militar carlista, a dos monjas y a sus acompañantes llenos de barro. Vamos hacia el pueblo les ordenaron. Todos juntos, escoltados por los soldados, llegaron a Viana.

El espíritu de Córdoba hasta 1829 es monacal y escolástico; la conversación de los estrados rueda siempre sobre las procesiones, las fiestas de los santos, sobre exámenes universitarios, profesión de monjas, recepción de las borlas de doctor.