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En la primera capilla, entrando en la Iglesia parroquial de Santiago, hay un magnífico retablo de Antonio Bisquert; no cediéndole en mérito otro retablito que hay en la sacristía: su torre, según la tradición, fue cárcel del tiempo de los romanos, y en ella estuvieron presos en su paso para Valencia S. Vicente Martir y su maestro San Valero: también según la tradición, fue esta Iglesia mezquita; y palacio árabe el convento inmediato de religiosas de Santa Clara, o de las Monjas de Arriba, como le dicen en la ciudad.

Por un lado la noticia de que mi amistad con las monjas llamaba la atención de los bañistas hasta el punto de juzgarme enamorado de una de ellas, me molestaba de un modo indecible.

Acercándome a la reja, pude fácilmente distinguir tras ella bultos blancos y negros, entre los cuales algunos desfilaron pausadamente y sin ruido hacia una puerta que se abría en el ángulo del fondo, y otros permanecían inmóviles y de rodillas. Eran las monjas.

Finalmente, por consejo de Matildita, y no viendo en realidad otro medio de salir de aquella situación, me decidí a avistarme con el capellán de las monjas y, contándole el caso, procurarme su protección.

Además, que estos eran unos amores simples. Hoy es otra cosa. De modo que la que en aquellos tiempos se metía en un convento para huir del mundo y de las tentaciones del demonio, se metía en otro mundo más agitado, en donde encontraba otras peores tentaciones. Y no era solo esto lo que constituía el carácter, el modo de ver y de obrar de los conventos de monjas del siglo XVII.

Después de ser abadesa, los regalos servían para que todas las monjas la llevasen á su celda y misteriosamente los chismes del convento. En el convento de las Descalzas Reales se conspiraba. Estas conspiraciones eran hijas de la rivalidad de las monjas. La comunidad, como toda sociedad, estaba dividida en bandos.

Doña Manolita era señora en regla, puesto que era casada, ayudaba a las monjas en las clases de lectura y escritura, y ponía un empeño particular en enseñar a Fortunata, de lo que principalmente vino su amistad.

Solamente en Madrid, durante aquel siglo, se fundaron diez y seis conventos de frailes, diez y siete de monjas, nueve iglesias, seis hospitales y seis colegios; es decir, que se fundaron cincuenta y cuatro establecimientos piadosos, de los cuales sólo eran de beneficencia doce. Esto sin contar un número igual de fundaciones anteriores.

El Magistral no pudo menos de sonreír, recordando que los carneros de Panurgo no habían sido monjas ni frailes. Pero don Robustiano repetía lo de los carneros de Panurgo, sin saber qué ganado era aquel, como no sabía otras muchas cosas. Ya queda dicho que él no leía libros: le faltaba tiempo. Don Fermín pensaba: «¿Serán indirectas las necedades de este majadero?».