Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 11 de junio de 2025
Ciento veinte y cinco libras de dulce muy rico, para los señores; así los que fueran como los que dejaran de ir, y los señores coadjutores una libra para cada uno. Media arroba de dulce hecho en monjas, para la fuente que el señor dean pasa al Asistente.
Esto era de la parte de abajo y nuestra, pero de la de arriba, adonde estaban las monjas, era cosa de ver también; porque las vistas era una torrecilla llena de rendijas toda, y una pared con deshilados, que ya parecía salvadera y ya pomo de olor.
Por fin, una madrugada, después de larguísimo viaje, llegó a divisar desde lo alto de un cerro la blanca ciudad de Córdoba, bañada en el rubor húmedo y radioso del amanecer. Se hizo señalar desde allí, por una frutera que pasaba, el convento de las monjas del Carmen, y al pensar que bajo aquella cercana techumbre se hallaba su madre, sintió que los sollozos le entrecortaban el aliento.
Larga fué la vida del doctor Juan de Salinas, que llegó hasta edad de ochenta y tres años, falleciendo el 5 de Enero de 1642, en el citado hospital de San Cosme y San Damián, donde continuaba ejerciendo el cargo de administrador. Salinas fué enterrado por el clero de Santa Catalina en el convento de monjas de los Reyes.
La Superiora respondió a aquella risa con otra menos franca. Tres o cuatro Filomenas de las más hombrunas bajaron a la huerta con orden expresa de traer a la visionaria. ¡Pobre mujer y qué perdida se pone! observó Sor Natividad dentro del corrillo de monjas que se iba formando . Males de nervios, y nada más que males de nervios.
Si sor Fulana estuvo asomada á la celosía y dejó caer un billete, y si recogió el billete un estudiante. Si sor Fulana soltó por su celosía un rosario bendito, que fué á caer en la halda de la capa de un soldado. Porque en aquellos tiempos había enamorados y galanes de monjas.
«¿Y quién es este majadero para intervenir en mis asuntos, ni para hablarme con tal insolencia? ¡Vaya una confianza que se toma el mozo!...» Cada vez más irritado, no respondí a algunas observaciones que comenzó a hacer sobre la gente que paseaba, y al cruzar otra vez a nuestro lado las monjas, me aparté bruscamente, diciendo con el acento más seco que pude hallar: Hasta luego.
A los diez o los once van al convento; allí sabe Dios lo que les pasa; ellas no lo pueden decir, porque las cartas que escriben las dictan las monjas y están siempre cortadas por el mismo patrón, según el cual, «aquello es el Paraíso». A los quince años vuelven a casa; no traen voluntad; esta facultad del alma, o lo que sea, les queda en el convento como un trasto inútil.
Cerca de la puerta había una reja de madera que separaba el público de las monjas los días en que el público entraba, que eran los jueves y domingos. De la reja para adentro, el piso estaba cubierto de hule, y a los costados de lo que bien podremos llamar nave había dos filas de sillas reclinatorios.
Otras, suspensa la mano sobre el bastidor, miraban a las monjas y se pasmaban de su serenidad. En aquel instante apareció en la sala una figura extraña. Era Sor Marcela, una monja vieja, coja y casi enana, la más desdichada estampa de mujer que puede imaginarse.
Palabra del Dia
Otros Mirando