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Actualizado: 11 de junio de 2025
Era un hábito completo de novicia; la túnica de franela blanca, la toca de lienzo, los zapatos, el rosario, la cruz de bronce, etc. Las monjas contemplaba con afán cada uno de los objetos como si se tratase de algo que jamás hubiesen visto, emitiendo en voz baja muchas y diversas opiniones. ¡Ay! este rosario me parece que tiene las cuentas más gordas.
Pero todo aquello duraría poco; y Rosita no estaba tan mal como el médico decía. El de las monjas aseguraba que no, y que sacarla de allí, sola, separarla de sus queridas compañeras, de su vida regular, hubiera sido matarla». Después don Fermín consideró la cuestión desde el punto de vista religioso. «Había algo más que el cuerpo.
No tenía nada de buena... Sin los chiquillos, que pedían limosna por los caminos, todos se hubieran muerto de hambre, porque usted comprende que la caridad de los vecinos no basta para tapar tantas bocas... Además, la tal Briffarde no tenía nada de cómoda... Una salvaje, caballero, una leona... Las monjas de la Celle casi no podían con ella...
Vamos, ¿quién es tu madre, ésa? le preguntó mostrándole una mujer que a la puerta de la casa se hallaba en pie, mirándoles con enternecimiento. ¡Mama! gritó el niño con angustia. ¿Qué te pasa, hijo? dijo la madre riendo. Aún tiene miedo a las monjas, pero ya se le irá quitando dijo la hermana. Todavía hemos de hacer muchas migas, ¿verdad, buen mozo?... Señora, ¿me deja usted ir a lavar el chico?
Bonito es el retrato dijo D. Diego, con un desenfado impropio de la situación ; pero usted, Inés, lo es más todavía. ¿Y por qué no quería usted salir del maldito convento? Sin duda las pícaras monjas la retenían a usted por fuerza, esperando que al profesar les llevara un buen dote.
Quevedo lo dice, y hace su aserción verdadera el que la Inquisición revisó los libros de Quevedo, como los revisaba todos, y no se opuso á lo que decía respecto á los enamorados de las monjas, ni lo tachó ni lo encontró inmoral. Esto estaba en las costumbres de entonces; lo sabía todo el mundo, y no había por qué prohibir un libro que no decía más que lo que todo el mundo sabía.
Ahí verá usted las lindezas de su amigo Seudoquis, que fuma en las iglesias, insulta a las monjas, y dice públicamente que Dios es isabelino. No creo que Seudoquis se haya vuelto tonto. Lea usted, lea usted. Leyendo, el caballero se enteró del caso y tuvo anticipado conocimiento de personajes, cosas y lugares que ordenó en su mente con asombrosa presteza.
Las monjas le apreciaban por «modosito y discreto», obsequiándole con golosinas. Cuando algún personaje visitaba el establecimiento, Maltrana salía de filas para ser presentado como el mejor producto de la institución. Así transcurrieron los años, amoldándose Isidro de tal modo a su nueva existencia, que sólo en los días de paseo se acordaba de que tenía una familia fuera del Hospicio.
Las monjas han descendido del tren. Y se han perdido a lo lejos, con una maleta raída, con dos saquitos de lienzo blanco, con un paraguas viejo... Este viejo por la mañana había venido a traer un sobre grande en que decía: Señor don Lorenzo Sarrió. Sarrió, puesto que era para él, ha abierto el sobre, después que se ha marchado el viejo, y ha visto que dentro había una cartela con un escudo.
Viven en él diez y siete monjas; pudieran vivir ciento. Es de sólida e irregular mampostería, trepado por numerosos agujeros, con arcos y ventanas cegados, con altas celosías de madera negruzca.
Palabra del Dia
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