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Actualizado: 11 de noviembre de 2025


Rosa Carraspique en el mundo, sor Teresa en el convento, murió de una tuberculosis, según Somoza, de una tisis caseosa, según el médico de las monjas, que era dualista en materia de tisis. Pero lo que no dudó ningún enemigo del Provisor fue que la culpa de aquella muerte la tenía don Fermín, fuese lo que quiera de los pulmones de la chica.

Con que vos os vayáis hemos salido del paso. Os engañáis, porque ya me han visto. ¿Y por qué habéis dado lugar á que os vean? Se me os escapábais. No creo que puedan suponer... Las monjas no suponen nada bueno... Pero mi prima sabe... Que sois hermosa; lo que basta para que os mire mal. Es virtuosa... Con la virtud de las feas. ¡Pero Dios mío, vos no perdonáis á nadie!

Despedíme de todos; fuéronse, y yo, que entendí salir de mala vida con no ser farsante, si no lo ha V. Md. por enojo, di en amante de red, como cofia, y por hablar más claro, en pretendiente de Antecristo, que es lo mismo que galán de monjas.

Allí hay mas órden en las calles; las construcciones son de arquitectura vulgar y pesada, y se ven pulular por docenas las torres de los viejos conventos de frailes y monjas.

«A usted, , y a todo el género mundano gritó con voz tan ronca, que apenas se entendía , so tía pastelera... Váyase pronto de aquí». Las monjas horrorizadas elevaban sus manos al Cielo; algunas lloraban.

¿Quién podía sospechar que en aquellas cartas se agitasen las parcialidades de la corte? En aquellos tiempos y aun en otros, los conventos de monjas venían á ser para los conspiradores lo que un arroyo ó un río para el que quiere hacer perder las huellas de su paso á quien le sigue. De modo que una abadesa de monjas en el siglo XVII, solia ser un personaje importantísimo.

Tenía un pecho medio descubierto, el cuerpo del vestido hecho girones y las melenas cortas le azotaban la cara en aquellos movimientos del hondero que hacía con el brazo derecho. Su catadura les parecía horrible a las señoras monjas; pero estaba bella en rigor de verdad, y más arrogante, varonil y napoleónica que nunca.

Sobre todo a las jóvenes les llamaba mucho la atención que acompañase a unas monjas, y me dirigían miradas maliciosas y sonrisas, por donde vine a comprender que sospechaban la admiración que las virtudes y los ojos de la hermana San Sulpicio me inspiraban.

No hagas locuras... Si me sueltas te perdonaré tus pecados, que son tantos que no se pueden contar; pero si te obstinas en llevarme, te condenarás. Suéltame y no temas, que yo no le diré nada a D. León ni a las monjas para que no te riñan... Mauricia, chica, ¿qué haces...? ¿Me comes, me comes...?». Y nada más... ¡Qué desvarío!

En un pueblecito de Castilla llamado Astudillo existía un convento de Carmelitas Descalzas, donde estaba de superiora una prima suya. Era un retiro dulce, remoto; no había más que diez o doce monjas: un rinconcito del cielo, como le decía cierto capellán que lo había visitado. A ése se empeñó en ir, y su confesor no tuvo al fin más remedio que ceder.

Palabra del Dia

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