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Actualizado: 13 de junio de 2025


...porque ahora tomo y antes no tomaba... ¡bah!... No es eso... don... ¡Bueno, Baldomero! ¡ya basta!... ¿me entiende?... No me venga usted con pavadas que no voy a atender exclamó Melchor vehementemente. No le hablaré entonces, don Melchor. ¡, es lo más discreto! ¡y basta!

El casco de la corbeta, pintado de negro con una banda blanca en la obra muerta, se destacó al fin con pureza del fondo obscuro. Los ojos de los espectadores, habituados ya a las tinieblas, veían perfectamente todo lo que pasaba a bordo. Sobre el puente había dos bultos, el del capitán y el del práctico. En la proa uno, el del piloto. ¿Y la escandalosa? gritó de nuevo don Melchor.

Por entre la multitud de pasajeros, empleados y changadores que llenaban el andén, apareció Melchor acompañando a Ricardo. ¿En qué andan? Este, que quería comprar La Nación y La Prensa, a pesar de que yo los llevo. Y yo también. No importa replicó Ricardo; yo no puedo pasarme sin los diarios. ¡Pero si los teníamos!

...No tengo cobre... Déjalos, no más. ¡Vamos! Y la victoria continuó su marcha con Melchor, que acababa de iniciarse en el día como de costumbre: con un acto de relativa previsión y otro de generosidad. Cuando el carruaje llegó a casa de Lorenzo, éste y Merrick esperaban en la puerta de calle. Estábamos haciendo votos por la prolongación de tu tardanza. ¿Por qué?

Ricardo dio vuelta la cabeza y se puso a mirar hacia adelante, mientras Hipólito preguntaba: ¿Vamos?... ¡Vamos!... ¡Jiú!... ¡jiú!... El sol al frente de los viajeros hizo exclamar a Ricardo: Empieza a hacerse sentir el calor. ¿Quieres cambiar de asiento? le dijo Melchor. Aquí, Hipólito, ataja algo; te di ese lugar para que fueras viendo con más comodidad. No, si es lo mismo.

En ese momento se oyó la voz de Melchor que gritó desde su cuarto: ¡Baldomero!... Hágame ensillar el zaino. ¡Voy, don Melchor! contestó y como si no hubiera oído la orden se dirigió hacia el sitio en que Melchor estaba, pasándose las mangas de su blusa por los ojos. Que me haga ensillar el zaino, le dije. ¿Piensa salir con esta calor?

¡Ah! pensaba Melchor, contemplando furtivamente a sus dos amigos. ¿Qué dirán en casa de Lorenzo y en casa de Ricardo, cuando vuelva con ellos, como van a volver, curados de tristezas y de pavadas?...

¡Adiós, amigo, adiós! ¿y ya sabe, eh? cualquier cosa... , señor; pero no habrá necesidad de nada, ¡si llevamos provisiones para cien años! repuso Melchor con su jovialidad habitual. Y bajó la escalera, enviando todavía un ¡adiós! a todos, entre los que dejaba una vez más el alivio moral que su carácter generoso y bueno derramaba en los espíritus atribulados o enfermos.

Don Melchor comprendió que su sobrino deseaba quedarse solo. No; me vuelvo a Sarrió. Avisa que enganchen. Despidióse de Belinchón y Cecilia en casa. Gonzalo lo fué acompañando a pie hasta la salida del parque. Ambos iban silenciosos y sombríos. El anciano, además, sumamente pálido.

Pues, , niño, la señora tenía resuelto mandarme para verlo y para que le trajera unas cosas que le manda a don Melchor cosa que estuviera aquí mañana, ¿no? y que le trajese noticias de casa que están todos buenos, a Dios gracias, y deseando verlo, como, a usted, don Ricardo, que me dijo su mamá que le dijera que están muy contentos con sus noticias y que por qué no les ha mandado el retrato de la niña.

Palabra del Dia

rigoleto

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