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Actualizado: 13 de julio de 2025
A las dos semanas chapurreaba el valenciano de un modo que hacía reír a las labradoras parroquianas de la casa, y sin que la dureza del trabajo disminuyera para él, todos le querían y no sabía a quién atender, pues Melchor por aquí, Melchorico por allí, nunca le dejaban un instante quieto.
Salió Melchor de la Universidad hecho, como decía Miquis, un pozo de ignorancia. Entre todas las ciencias estudiadas, ninguna tenía que quejarse por ser menos favorecida; es decir, que de ninguna sabía una palabra. Se trató entonces de lanzarle. Era un bonito bajel, recién hecho y pintado, al cual no faltaba ya más que hacerle flotar en el mar sin fin de las ambiciones.
Ricardo se está vistiendo; pero Melchor duerme todavía. ¿Duerme todavía?... Sabe que es raro. Lo he despertado dos veces y se ha vuelto a dormir. Y... ¿se anima a ir a caballo? Hasta el «Paso»... es demasiado.
Vea, don Melchor, respete a la gente si quiere que no le falten... ¡Pero qué te has pensado, canalla! dijo Melchor haciendo girar el cinturón como para sacar el revólver.
La misericordia se lució en las clarísimas señas de predestinación, que hizo sobresalir en los once Reos, singularmente en las mujeres y con revelancia en Beatríz Cortés, mujer de Melchor José Forteza, que logró con dichosa piedad su notable caudal, en el sacrificio de sus buenas prendas y vida en lo mejor de su edad: en Isabel Aguiló, mujer de Pedro Juan Aguiló.
Aquella noche Cándida, la huesuda señorita que ya conocemos, en vez de ir a besar la mano al P. Melchor y sentarse a su lado y cuchichear toda la velada, fue a hacer lo mismo con el P. Norberto. ¿Por qué esta deserción? En la tertulia nadie lo sabía más que los interesados y D.ª Rita.
Melchor, que se había dispuesto a retirarse, al recibir los paquetes y las cartas, se detuvo hasta que Rufino le entregó un pequeño estuche que hizo exclamar a todos: ¡A ver!... ¡A ver!...
Cuantos géneros de seda se despachaban en la tienda procedían de la fábrica de don Manuel, y de esto resultaba una continua comunicación entre el establecimiento de don Eugenio y el caserón del barrio de las Escuelas Pías, relaciones en las que servía de intermediario Melchor Peña, como dependiente de confianza.
La sobremesa de Ricardo se había prolongado comentando el suceso del «Paso» y refiriendo detalles de su permanencia en el pueblo cuando se presentó Melchor diciendo: Voy a guardar estas cartas... ya vuelvo y siguió de largo para su dormitorio del que regresó en seguida. Total dijo Baldomero al sentarse Melchor, dirigiéndose a Ricardo, muchos cuentos... y de lo principal... ¡nada!
¡Ah! ¿Y si no fuera mentira? Pero espérate, ¡caramba! ¡déjame hablar! ¿De qué?... ¡De otra Clota más constante! dijo Melchor riendo, y agregó: el mundo está lleno de Clotas, ché Ricardo; convéncete. Eso lo dices ahora.
Palabra del Dia
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