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Actualizado: 13 de junio de 2025


Melchor se puso visiblemente pálido y dejándose llevar por Baldomero salió del comedor.

No se ría usted tan fuerte, D. Melchor, que puede saltarle la dentadura dijo la joven, por cuyos ojos pasó un relámpago de cólera. El P. Melchor cesó de reír repentinamente.

¡Ni pienso!... Vaya, Baldomero, y hágalos salir del campo. ¿De «verdá», don Melchor...? ¿Pero no me entiende?... ¿o quiere que vaya yo?... Déjalos, ¡infelices! insistió Lorenzo. ¡No quiero!... ¡Vaya!... ¡No me da la gana!...

»Comprendí que iba a verme obligado a usar de mi revólver, y como Juancito me gritaba de lejos que siguiera, que me iba a comprometer, opté por aceptar su consejo y me alejé al galope, alcanzando a oírle juramentos y amenazas contra ti. ¿Por qué? ¿Qué ha pasadoQue doña Ramona lo ha dejado y se ha venido; pero, ¡qué animal!... No te decía yo, Melchor, que esto podría tener consecuencias.

Adiós, don Ricardo, adiós, don Melchor, adiós, niño y cuídese ¡eh! y a ver si vuelve sano y contento. ¡, Rufino, adiós!... ¡Que escriban! En aquella actitud quedaron los viajeros en observación del panorama, que se desarrollaba ante ellos a favor de la marcha acelerada del tren, que a instantes parecía avanzar a saltos felinos y sinuosos.

¡Siento como que me duele el corazón, oyéndolo hablar así, don Melchor...! ¿por qué dice todo eso? ¡Porque es verdad! Qué ha de ser, ¡señor!... y aunque fuera... que no lo es... siempre hay quienes lo quieren de veras, don Melchor. ¡A ?... ¡Bah!... ¿Y los viejos?... ¿y las niñas?... ¡sus hermanas, don Melchor! ¡recuérdese de la «nena»!

Para pechárselo, si es caso repuso éste al montar en su «azulejo», agregando: Monte ahora, don Melchor.

De Clota... decía Melchor a medida que leía los sobres; ésta también...; del viejo...; de Clota...; de Clota...; de mamá...; de Lolita...; éstas tres de Clota...

Pero pasó el tiempo, y con él el espiritismo de Melchor, dejando el puesto a otros ideales más prácticos. Veía transcurrir los años sin que sus medios pecuniarios estuvieran en armonía con sus pretensiones, ni con aquel porvenir brillante que su buena madre le anunciaba. El no era rico, pero era preciso parecerlo; es decir, vestirse como los ricos, tratar con ricos.

¡Divina! pensaron simultáneamente Lorenzo y Ricardo al aparecer la Pampita, a quien fueron presentados por Melchor y de quien recibieron un saludo despojado de toda afectación. ¿Y el mate, hijita? Ahí lo trae el «ñato», tata repuso ella tomando una silla y sentándose con la majestad de una reina y la sencillez de una niña.

Palabra del Dia

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