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Actualizado: 13 de junio de 2025


¡Yo lo que digo, ¿entiende? y no me chupo el dedo... y que ni uno de los que se llamaron amigos míos se acuerda de para nada! ¿Sabe, don Melchor, que me está haciendo acordar al carancho que come y grita al mismo tiempo?... porque, ¿dónde va a ir usted que no encuentre amigos de verdad? ¡Eso era antes!... y ya lo ve: hasta éstos me dejan. Porque usted los trató mal... don Melchor.

En ese momento llegaban al corredor, en el que, asomado por la puerta de la sala y haciendo visera con la mano, decía Ricardo: ¿Se han quedado dormidos?... No, sería ofensivo le contestó Melchor al subir al corredor, porque con mala música no se puede dormir, según la célebre anécdota. ¿Y de dónde vienen? Nos alejamos un poco para oírte mejor.

Ser dueño de la voluntad de aquella mujer y corresponder a su afecto con infidelidades era un pecado imperdonable a los ojos del pobre Melchor, que amaba a Manolita en silencio, siempre en perpetua batalla interna, tan pronto dispuesto a declarar su pasión como arrepentido de su audacia.

En la estancia le van a contestar, Baldomero, porque todavía no los han leído... repuso Melchor riéndose, y agregó: Pero los compraron. Baldomero sonriéndose, separó el azulejo y con la mano de nuevo sobre el muslo derecho continuó galopando con insuperable gallardía.

Pues bien; yo os daré por su empeño tres mil doblones... Es que no se va á quedar empeñada aquí dijo el señor Melchor, que temía las iras de su mujer si el negocio se hacía con otro que con el señor Gabriel Cornejo.

Cuando, transcurridos más de dos meses, Lorenzo y Ricardo resolvieron regresar a Buenos Aires en plena y amplia posesión de la salud físico-moral que habían readquirido por la acción exclusiva y constante de Melchor, éste les manifestó el propósito de quedarse en la estancia «durante algunos días más». No te quedes, ¿para qué? vente con nosotros le repetía Lorenzo. Tengo que hacer aquí.

Pero en ese momento, Lorenzo, que ocupaba un asiento frente al hombre con quien Baldomero había estado, vio que aquél, hablando con el compañero, se besaba sin ruido el pulgar y el índice de la derecha en cruz. Don Saverio en persona y en homenaje a Melchor, servía la mesa, sobre la que puso, para empezar, una verdadera montaña de tallarines al jugo.

Don Melchor, herido en lo más hondo de su corazón, se levantó convulso de la butaca y pidió que inmediatamente fuesen a buscar un coche que le trasladase a Tejada. En cuanto estuvo a la puerta, se metió en él, ordenando al cochero que fuese a todo escape a la quinta de Belinchón.

Si se ve clarito... y viene lindo, no más, el zaino. ¿No decía usted que es un mancarrón? Mancarrón, no, don Lorenzo... Como caballo es guapo; pero hay miles mejores... de más vista... y de más lindo andar. ¿Y por qué lo ha elegido Melchor? ¡Ahí tiene!... ¡vaya uno a saber! Para él no hay otro igual... bueno, que lo conoce. ¿

No es eso... ¡cada que me acuerdo!... ¡Mire que me he reído!... le hablaba al caballo, ¿sabe? ¡como a un cristiano! ¡y le hablaba en su lengua!... ¡fíjese!... ¡qué le iba a entender! Ahora se distingue a Melchor. ¿Ha visto, don Ricardo?... ¡Si yo no mentir! ¿Qué bien viene, eh? ¡Ha de venir contento!... Si don Melchor es así... en haciendo el bien...

Palabra del Dia

rigoleto

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