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Actualizado: 13 de octubre de 2025
A Luis Diaz 40 ducados por el de La Demanda que pone el demonio al género humano, con 7 figuras. A Alonso Ramírez por una danza de espadas con 18 figuras. A Lorenzo Núñez por la danza llamada de «La Montería" con 10 figuras. A Melchor de San Miguel por otra de los galanes, ninfas y un toro. A Diego Hernández morisco, 22 ducados por otra con 8 figuras y una ermita.
¿Sabe, Pampita, por qué le dicen todo eso? le dijo Melchor y sin esperar la respuesta continuó: Porque en Buenos Aires, «pampita» se entiende por «indiecita» ¡y como usted no les parece «tan india»... que digamos! ¡Ah! contestó ella rápidamente, ¿entonces en Buenos Aires las palabras se entienden de distinto modo que aquí?
¡Mienten!... Son ellos... que se empeñan en convencerme de que soy un sinvergüenza y un miserable y qué sé yo... Les habrá entendido mal, don Melchor.
Melchor había dejado caer al suelo los diarios que tuvo en la mano y que levantó y puso sobre el asiento que tenía delante.
La mayor parta de los días se reducían a pasar después de comer por delante de la casa del rico comerciante, para ir al casino. Cecilia solía estar cosiendo detrás de los cristales. Mano al sombrero; sonrisa; adelante; luego el billar, y hasta otro día. Don Melchor le encargó otras dos veces recados para don Rosendo, pero tuvo la buena suerte de hallarle siempre en el despacho.
La lluvia continuó sin interrupción alegrando y reviviendo todo y cuando los tres amigos, ya casi de noche, tomaban asiento en el comedor se oyó ladrar los perros como si algo extraordinario ocurriera. ¿Qué sucede, José? preguntó Melchor al sirviente que ponía la sopa en la mesa. Debe andar gente, don Melchor, por como ladran... voy a ver.
Lorenzo, por Dios exclamó de pronto Melchor, poniéndose angustiosamente de pie y acercándose a su amigo, que había ocultado la cabeza en el brazo derecho puesto sobre el respaldar de la silla y lloraba a sollozos, mientras Ricardo continuaba tocando en el piano el 5.º nocturno de Chopín.
¿Otro ejemplo? ¡Nada convence tanto como la ejemplificación!... Un caballero se enamora de una mujer, y ve de repente, o poco a poco, que la mujer no lo quiere; pues toma de su imaginación el color complementario que se necesita, color... «indiferencia»... o mejor aún: color... «reciprocidad», y al instante «verá» que él tampoco la quiere y Melchor terminó con una vibrante carcajada.
¿Qué hora tiene, don Melchor? Las diez menos cuarto. ¡Verdá! que hemos andado pronto... bueno que estos caballos son de ley. El que es de ley es el cochero dijo Lorenzo, y no le hacen justicia. Y con caminos pesados agregó Ricardo. Algo... sí, señor... al salir del pueblo...; pero después, no... por aquí está casi seco... es que hemos tenido caballos guapos...
Así es... sí, señor. Bueno, déjese de llorar dijo Melchor poniéndose de pie y golpeándole cariñosamente la cabeza con la palma de la mano que ella tomó y apretó suavemente entre las suyas.
Palabra del Dia
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