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Actualizado: 4 de junio de 2025
Su carrera era tan rápida, que inútilmente trataba el señorito de alcanzarla con la bota; de repente Nucha se adelantó, y con voz entre grave y medrosa repitió ingenuamente lo que había dicho mil veces en su niñez: ¡San Jorge... para la araña! El feo insecto se detuvo a la entrada de la zona de sombra: la bota cayó sobre él.
En torno de las sienes calvas, con la amarillez del marfil viejo, se marchitan las coronas de rosas, y en la medrosa concavidad de las órbitas vacías, en vez de las pupilas bañadas de efluvios amorosos, brilla la pálida fosforescencia de las larvas inquietas.
Hace días que vengo pensando en cuál es la mejor manera de hacerle al alma el gran favor de mandarla para el otro barrio. ¿A ti que te parece? No decido nada sin tu consejo; y lo que tú prefieras, eso preferiré yo». La infeliz mujer estaba tan medrosa, que apenas podía hablar. «Guarda eso, por Dios... Mira que me da mucho miedo».
La vieja criada aparece con el candil. ¡Sopla esa luz, grandísima bruja! ¡Ave María! ¡Qué fieros! ¡Ni que le hubiera salido un lobo al camino! ¡He visto La Hueste! ¡Brujas fuera! ¡Arreniégote, Demonio! Sopla la vieja el candil y se santigua medrosa. Cierra el portón y corre a tientas por juntarse con su amo, que ya comienza a subir la escalera.
Una mañana de aquellas estaba peinando la acrespada peluca del Niño con su mano alba y tersa, cuando sintió una inquietud medrosa que le hizo volver la cara. Por la puerta entornada, los ojos felinos de Julio la perseguían, apostados en la oscuridad como una maldición. Fernando se complacía en manifestar a Carmen una simpatía franca, llena de atenciones.
Frente a frente de ella, un poco más hacia la Puerta del Sol, asomaban por los balcones del Veloz-Club, bajo sus toldillos de verano, aristocráticos racimos de cabezas de gomosos desocupados, que miraban el democrático desfile con esa especie de medrosa curiosidad burlona, a la vez que tímida, con que se contemplan desde lo alto de un tendido los terribles retozos de una piara de ridículas bestias feroces; parecíales imposible en aquel momento que la bestia pudiera alguna vez alzar su zarpa hasta ellos.
Juan, enardecido por tales muestras de consideración, daba suelta a su potencia imaginativa, describiendo cómo se había él arrojado sobre el toro al ver cogido a su pobre compañero; cómo había agarrado al bicho de la cola, y demás hazañas portentosas, a pesar de las cuales el otro había salido del mundo. La medrosa impresión se desvaneció. ¡Torero, nada más que torero!
Su propósito era seguirlas; pero apenas pisaron la calle se metieron en el coche que estaba aguardando. No debió de quedarse tan triste ni asombrado aquel hidalgo de la leyenda que vio ante sus ojos pasar su propio entierro, como quedó don Juan mirando alejarse rápida mente la berlina Cristeta iba encogida y como acurrucada en el fondo del coche, medrosa por lo que acababa de hacer.
¡Jesús, hija, qué mal olor! exclamó deteniéndose a la entrada . ¿Qué has quemado?... Si huele aquí a infierno... Currita se puso muy seria, muy enfadada, y hasta un poco pálida. Mira, Fernandito, no digas tonterías... No me gustan bromas con las cosas del otro mundo. Y como si fuese cosa de él, volvió a lanzar otra mirada furtiva y medrosa a la imponente cabeza de fray Alonso.
Déjame por Dios, Almudena dijo con acento de aflicción la dama, creyendo vencerle mejor con súplicas afectuosas . Yo te quiero; pero me llaman mis obligaciones. Matar yo galán bunito gritó el ciego apretando los puños, y dando algunos pasos hacia la anciana, que medrosa se había apartado de él. Ten juicio; si no, no te quiero... Vámonos. Si me prometes ser bueno y no pegarme, iremos juntos.
Palabra del Dia
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