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Actualizado: 4 de junio de 2025
Andrés, detenido en medio del corredor, perseguía a la joven con una mirada estuosa y voraz, y las señoras de la casa, asomadas unas a cada puerta, atisbaban procaces y malignas. Fernando, desde la entrada del comedor, sonrió sobre aquella escena amarga, sin sorpresa ni indignación aparentes, y le dijo a Carmen, que se le había acercado medrosa: Anda, vente conmigo un poco a la huerta....
Volvióse ella bruscamente a su marido, dejando caer el diploma que tenía en la mano, y él se incorporó asustado, quedándole por la cabeza el paño negro con que se cubría para enfocar la máquina; por debajo asomaban sus bigotes retorcidos, su nariz colgante, sus ojos azorados en aquel momento, fijos en Currita, con la medrosa expresión del escolar desaplicado cogido in fraganti.
Con la extraña rapidez de percepción que caracteriza a la mujer, creyó Juana sorprender algo de lo que pasaba, en la mirada riente y turbación del joven; un ligero rubor cubría su frente, hizo girar su abanico y levantando la cabeza con cierta timidez medrosa: ¿Qué tenéis? díjole . ¿Por qué me miráis así? ¡Estáis tan bella! contestó Jacobo bajando la voz . ¡Me hacéis mal!
Se trataba de un piso entresuelo muy bajo, no habia puerta en los balcones que daban á la calle, uno de los cierros de cristales carecia de pestillo.... ¿Cómo era posible que mi mujer, la más medrosa de las mujeres, se resignara á pegar los ojos en un cuarto, expuesto al antojo del primer transeunte?
Andando en esto, oìmos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo, i grande ruido de voces, i gran sonido de Cascaveles, i de Flautas, i Tamborinos, i otros Instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la Tormenta cesò. En estas Partes nunca otra cosa tan medrosa se viò: Yo hice vna probança de ello, cuio Testimonio embiè
¿Yo? repuso D. Luis con cierta tristeza . Ya sabe usted que estuve en Hollabrünn, en Austerlitz y en Jena. Pues entonces... Por lo mismo que presencié tan terribles acciones de guerra, tengo miedo. ¡Miedo! Pues fuera de la fila. Aquí no se quiere gente medrosa. No hay soldado aguerrido afirmó Santorcaz que no tenga miedo al empezar la batalla, por lo mismo que sabe lo que es.
Medrosa por la ocasión y medio rendida ante la idea del amor, fijaba de cuando en cuando la mirada en Juan, cual si pretendiese adivinarle los pensamientos; otras veces dirigía la vista hacia el faldellín y botas de raso, que simbolizaban su peligrosa vida artística, y luego desviaba con desdén los ojos.
Angustias se acercó a mí, medrosa. La sentía tiritar, con miedo del corazón. Déjeme usted escapar, huir suplicaba . ¿Cómo me atreveré a presentarme delante de él? Lo sabrá todo ya. Usté mismo se lo habrá contado. Me escupirá. Me arrojará lejos de sí, y con razón. Luego, el Tirabeque nos vendrá siguiendo; me matará a mí y le hará a él un chirlo en la cara. Ea, Angustias.
Doña Manuela huyó de este estrépito, que la ponía nerviosa; pero antes de llegar al Principal hubo de detenerse entre sorprendida y medrosa. En el arroyo, la gente se arremolinaba gritando; algunos reían y otros lanzaban exclamaciones indecentes, chasqueando la lengua como si se tratara de una riña de perros.
Quedaron silenciosos largo rato, con las manos cogidas, mirando al obscuro y rumoroso jardín. Arriba continuaba la lamentación del genio ante la vida que se extingue. Sagrario se apoyaba en Gabriel, como si le faltasen las fuerzas y, medrosa ante la felicidad, quisiera refugiarse dentro de él.
Palabra del Dia
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