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Actualizado: 4 de junio de 2025
La vista de los circunstantes se dirige naturalmente al recien llegado; y todos desean saber de su boca la impresion que le causara la medrosa aventura. «En verdad, señores, dice, que no sé qué diablos teníamos esta noche en casa.
Las numerosas casillas de la hoja aparecían cubiertas de sellos, excepto dos de ellas que estaban en blanco; en ambas decía arriba: Masónico, y abajo: Marqués de Sabadell. Los sellos habían desaparecido, y notábanse sobre la fina vitela las asperezas de la goma con que habían estado sujetos. Jacobo, con voz ahogada y gesto de medrosa ansia, dijo entonces: El otro... el rojo... ¿Dónde está?...
Era un caballero alto, fornido, de unos cuarenta años de edad, la tez morena, los ojos negros, los cabellos crespos y comenzando a blanquear; fisonomía abierta y simpática. Vestía traje de casa, chaqueta obscura y gorra de cazador. ¡Bis, bis...! ¡menino...! ¡pobrecito, pobrecito! El gato permitió al fin que se le acercase y le dirigió una mirada triste y medrosa.
Pateta se acercó con medrosa curiosidad; pero al fijar en él los ojos, lanzó un grito de espanto y tendió en torno la mirada, horrorizado ante la idea de que se aproximara Pepe. El muerto era Tirso.
La avaricia es medrosa y suspicaz. Salabert era cada vez más avaro. Además, con los años, el pesimismo va penetrando en el espíritu del hombre. Acostumbrado a grandes resultados en sus especulaciones, nuestro banquero juzgaba deplorable el negocio en que no percibía pingües ganancias. Si por acaso no obtenía ninguna o había leve pérdida, creía el caso digno de ser lamentado largamente.
Sin su amor, el mundo será un desierto para mí; la vida, soledad medrosa; mi corazón, un vacío que con nada se llenará. »El alma humana necesita amar, adorar, creer. El cielo ha castigado la soberbia de mi alma. De ella han sido arrojados ídolos, altares, todo ser digno de adoración y de amor. En cambio, puse mi adoración, mi amor, mi fe y mi esperanza en Beatriz. Ella era... es mi idolatría.
No correspondía, sin embargo, la animación y la algazara al número y al lujo de aquella muchedumbre; marchaban los paseantes con esa curiosidad más ávida mientras más medrosa, que inspiraba siempre un espectáculo peligroso; con esa curiosidad propia del cobarde que espera oír a cada momento el estampido de un arma de fuego.
Llegó la noche medrosa y sombría. En aquella soledad asaltaron a Plácido mil ideas tristes. Los recuerdos de la niñez surgieron en su mente con claridad extraña. Recordó que, seis años hacía, le habían arrojado de otro asilo con severidad y dureza harto diferentes.
Los inmediatos cañaverales se estremecían agitados por la carrera medrosa de los hombrecillos. Gillespie iba á tenderse otra vez en la arena, convencido de que nadie osaría ya atacarle, cuando sintió que algo se agitaba debajo de uno de sus pies.
Don Juan cree asistir a la resurrección de su antigua Cristeta, la que salía del teatro en su primera época de comedianta pobre. No se ha equivocado; ella es. Dame el brazo le dice en voz baja y acercándose. Cristeta obedece, y el galán, al rozar el cuerpo de su amada, siente algo parecido al latigazo de una descarga eléctrica. La mujer tiembla pudorosamente, pero sin medrosa hipocresía.
Palabra del Dia
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