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Dicen que el duque de Lerma, de quien tan justa y honrosamente habláis, os ha tenido preso. Me tuvo, y cabalmente porque no me tiene, me intereso por su excelencia. Me ha vencido su generosidad... y no ... no cómo agradecérselo. Eso mismo lo he dicho á su hija, á la señora condesa de Lemos. Es verdad dijo doña Catalina ya más repuesta.

El Corací, con ansia dolorosa, Echad, dice, Señores, en remojo Las barbas, pues que veis cual la cosa, Que me cuesta el rencuentro el diestro ojo: No he visto gente yo tan bellicosa, Les dice: no penseis que esto es antojo, Que son hijos del Sol estos varones, Y mas bravos que tigres y leones.

Se fue el coche, y quedamos solos en medio der camino. «Oye, yo soy el Plumitas, y te voy a dar argo para que te acuerdes.» Y le di. Pero no lo maté en seguía. Le di en sierto sitio que me yo, pa que viviese aún veinticuatro horas y cuando lo recogiesen los siviles pudiera desir que era el Plumitas quien le había matao. Así no había equivocasión ni podían otros darse importansia.

Les comuniqué mi proyecto de continuar viaje hasta Sabanilla, en las costas de Colombia, remontar el Magdalena y luego dirigirme a Bogotá, por donde debía dar principio a mi misión. A una voz me informaron que ese plan era irrealizable, por cuanto el río Magdalena no tenía agua en ese momento.

A los primeros acentos que hirieron los oídos de Su Majestad, éste se estremeció. ¡Es la voz de los ángeles! dijo; y escuchaba atentamente, cayendo de rodillas y llorando, lo que no le había sucedido en toda su enfermedad. ¡Que siga decía, que siga! ¡Que continúe yo oyendo esa voz que me ha aliviado y vuelto la vida!

Vais á juzgar dijo el rey continuando la lectura : «pero lo que no conseguiríais del duque de Lerma ni de la camarera mayor...» ¡Oh, Dios mío! exclamó la duquesa : perdóneme vuestra majestad si le interrumpo, pero... me parece que el que ha escrito esta carta me cuenta entre el número de los traidores. ¿Quién dice eso? y aunque lo dijesen, ¿creéis que yo me dejaría llevar de carteles misteriosos?

¿No conoce usted, en efecto, los medios por los que puede resolverse el problema? le pregunté al anciano señor Hales, pues se había apoderado de en ese momento la sospecha de que él los conocía bien. Le aseguro que no puedo decirle nada fue su rápida réplica, porque no los conozco. Sin embargo, a me parece que esa copla forma, de alguna manera, la clave. Intente otro arreglo de las cartas.

Y los dos acompañantes, menos ebrios que yo, pretendían disuadirme arrancándome de allí. «Mi amigo, no haga leseras...» «Compañero, no sea empecinado.» Y al fin pudieron meterme en mi camarote y acostarme, y allí he estado hasta que me despertó la música... Un baño a toda prisa, y a enfundarme en este traje de marinerito amoroso que guardaba con impaciencia desde que nos embarcamos, ¡Pocas ganas que tenía yo de lucirlo!... ¿Eh? ¿qué le parece el trajecito de mi patrona?...

Parece la subida al Calvario, y con esta cruz que llevo a cuestas, más... ¡Qué hermosos nardos vende esta mujer! Le compraré uno... 'Deme usted un nardo. Una varita sola... Vaya, deme usted tres varitas. ¿Cuánto? Tome usted... Abur'. Me ha robado.

Y aún así, persistía siempre el motivo. Pasó lo que temía. A las siete de la mañana me trajeron una carta de Vezzera, muerto ya desde cuatro horas atrás. Me decía en ella que era demasiado claro que yo estaba enamorado de su novia, y ella de . Que en cuanto a María, tenía la más completa certidumbre y que yo no había hecho sino confirmarle mi amor con mi negativa a ir más allá.