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Sólo entonces, y si acertamos a dar con el verdadero y legítimo Preste Juan, que tantos han buscado en balde hasta ahora, yo le rendiré, le cautivaré, me sentaré en su trono y vendré a ser la Papisa Juana del Oriente. Teletusa, Tiburcio y los dos jaques, holgaron mucho de oír este razonamiento; le aplaudieron y le celebraron con risas estrepitosas.

Eso que no te lo consiento. ¿En mi casa escenas de comedia? No, no lo esperes. ¡Pero qué tonta, y qué exagerada, y qué puntillosa es usted, hija! ¿Qué mal hay en eso?, a ver... Le digo a usted que no me voy. Pues te quedas aquí... ¡Ah!, no, eso tampoco. Márchate, niña de mi alma, y no me pongas en tan mal paso. No es de mi carácter eso.

Haré lo que vm. me manda, respondí yo: pero quiero que antes de leerla, vm. me le haga de decirme, como, quando, y á qué fue al Parnaso?

El vestido de 72 ducados que se da a Tomás Pinto, por haber sido ayo de D. Antonio, el enano inglés, me parece que se podría reformar desde luego. El que se le da al destilador, aunque es de los más antiguos, me parece que se reduzca en éste a 80 ducados, y que al primero que entrare se le reforme.

Vamos, Rita, déjame en paz y no digas simplezas... Demasiado lo que es mi sobrino. ¡No, si yo no digo nada! ¡Ya me libraría yo de decirle nada!... ¡Pues bueno es usted para que le diga nada malo de su familia!... Y eso que bien poco se han acordado de usted siempre, y con bastante despego le han tratado... No parece más que tenían a mengua alternar con usted...

A la tercera llegué hasta el rellano de su propio piso, pero me quedé delante de su puerta, sin atreverme a llamar. Me pasaba a lo mismo que a Querubín: No me atrevía a atreverme. Pero a la cuarta noche, juré acabar de una vez y no ser por más tiempo tan necio y tan cobarde.

Esa unión me gusta, por cierto; reúne todas las conveniencias, pero hasta ahora, yo no amo a Pablo sino como a primo. ¿Qué defecto le encuentras? No le encuentro ninguno, a no ser el de no gustarme lo bastante. Es un excelente joven, pero no es mi tipo.

Lo malo es que con esta vida temo materializarme demasiado: me parece sentir alguna sequedad de espíritu durante la oración; mi fervor religioso disminuye; la vida vulgar va penetrando y se va infiltrando en mi naturaleza. Cuando rezo, padezco distracciones; no pongo en lo que digo a mis solas, cuando el alma debe elevarse a Dios, aquella atención profunda que antes ponía.

Rodolfo: usted no gusta del tresillo.... Venga usted acá. Le enseñaré unas acuarelas de mi maestro.... Nos dirigimos a la sala que estaba a media luz. Mientras Gabriela fué a traer los dibujos yo me acerqué a la reja. La plaza estaba iluminada a «giorno», como decían los programas de la Junta. En el Palacio ardían centenares de vasos de colores.

Extrañas y confusas ideas vibraban en el alma de Pérez. «¿De dónde habrán sacado los tandilenses todo este intríngulis? preguntábase. ¿Me amará la niña sin que yo lo sepa ni la conozca?... Aunque yo no la conozca, bien pudiera ella haberme conocido de vista y de nombre, cuando estuve en Buenos Aires!... ¡No sería la única!... ¡Y qué felicidad poseer esa belleza, para , para solo