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Llegados á su estancia relataron La batalla, y rencuentro que tuvieron; A su cacique bien representaron El peligro notable en que se vieron. Los golpes y heridas demostraron, La mucha roja sangre que vertieron, Pitum, perdí mi mano la derecha, Dice, y estotra nada me aprovecha.

La noche que siguió al día del rencuentro de la Muerte la pasaron don Quijote y su escudero debajo de unos altos y sombrosos árboles, habiendo, a persuasión de Sancho, comido don Quijote de lo que venía en el repuesto del rucio, y entre la cena dijo Sancho a su señor: -Señor, ¡qué tonto hubiera andado yo si hubiera escogido en albricias los despojos de la primera aventura que vuestra merced acabara, antes que las crías de las tres yeguas!

El Corací, con ansia dolorosa, Echad, dice, Señores, en remojo Las barbas, pues que veis cual la cosa, Que me cuesta el rencuentro el diestro ojo: No he visto gente yo tan bellicosa, Les dice: no penseis que esto es antojo, Que son hijos del Sol estos varones, Y mas bravos que tigres y leones.

Y, cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces.