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Actualizado: 16 de octubre de 2025
Acércanse sus perseguidores, y el Marqués averigua de ellos que el muerto es su hermano; pero á pesar de esto cumple religiosamente su palabra, oculta al matador y le acompaña hasta fuera de la ciudad, pidiendo sólo al fugitivo que le diga su nombre y que le descubra la clase de relaciones en que había estado con Doña Flor.
De vez en cuando circulaba entre ellos un soplo de esperanza. Madrid iba a tener un gran matador. Acababan de descubrir a un novillero, hijo de las afueras, que, después de cubrirse de gloria en las plazas de Vallecas y Tetuán, trabajaba los domingos en la plaza grande en corridas baratas. Su nombre se hacía popular.
El dinero no lo era todo. ¿Y la gloria? ¿Y la vergüenza profesional? ¿Qué dirían de él los miles y miles de partidarios entusiastas que le admiraban? ¿Qué contestarían a los enemigos cuando les echasen en cara que Gallardo se había retirado por miedo?... Además, el matador deteníase a considerar si su fortuna le permitía esta solución. El era rico y no lo era.
Quince días permaneció oculto don Diego Villegas, en una celda, y era ya opinión de muchos que tal vez se habría fugado, cuando el día 6 de Mayo, en las primeras horas de la noche, oyeron los frailes un gran ruido, y acudiendo á un patio, vieron en él destrozado el cuerpo del matador de Alcázar. Don Diego Villegas se había arrojado desde la ventana de su celda.
Gallardo acabó por tranquilizarse con estas palabras; el recuerdo de las antiguas privaciones le hizo ser tolerante con la pobre mujer. Bueno; que se quedase la tuerta, y que ocurriese lo que Dios quisiera. Y atravesando el patio casi de espaldas para no encontrarse con el ojo temible de aquella hembra de mal agüero, el matador fue a refugiarse en su despacho, inmediato al vestíbulo.
Don Juan de Aguilar, caballero sevillano, que en su viaje pasa cerca del lugar del desafío, oye ruido de armas, y abandona á su caballo, para poner paz entre los combatientes, si le es posible; pero llega tarde, y encuentra á Don Pedro bañado en su sangre, y ve huir al matador.
Y los sombreros volaban a la arena, y un redoble gigantesco de aplausos, semejante a una lluvia de granizo, corría de tendido en tendido conforme avanzaba el matador por el redondel, siguiendo el contorno de la barrera, hasta llegar frente a la presidencia. La ovación estalló estruendosa cuando Gallardo, abriendo los brazos, saludó al presidente.
Quitose el matador la montera, se pasó la mano por la frente con abatimiento, se la puso de nuevo y marchó hacia el toro. Los gritos se apagaron instantáneamente; reinó un silencio lúgubre en la plaza. ¡Ha matado a su hermano! ¡ha matado a su hermano! se decían los espectadores al oído.
Todos tienen derecho á la vida, ya que nacieron; y del mismo modo que subsisten los seres orgullosos y humildes, hermosos ó débiles, deben seguir viviendo las naciones grandes y pequeñas, viejas y jóvenes. La finalidad de nuestra existencia no es la lucha, no es matar, para que luego nos maten á nosotros, y que á su vez caiga muerto nuestro matador. Dejemos eso á la ciega Naturaleza.
Muchas mujeres, en horas de confianza, le habían revelado la emoción, la curiosidad y el deseo que sintieron al verle por vez primera en el redondel. La mirada de doña Sol no se bajó al encontrarse con la del torero; antes bien, permaneció fija, con una frialdad de gran señora, obligando al matador, respetuoso con los ricos, a desviar la suya.
Palabra del Dia
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