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Actualizado: 16 de julio de 2025
Terrible es el matador hombre; pero el matador niño, ¿qué nombre merece?... Dicen que este tiene trece años. ¡Qué país! ¡Pero qué país! En Málaga son frecuentes estos casos. Y en Madrid lo van siendo también. ¡Y nos ocupamos de escuelas! ¡Presidios es lo que hace falta! Escuelas penitenciarias, o cárceles escolares... Es mi tema».
La última corrida en Madrid había acabado de descorazonar a don José. No; Gallardo no era como otros espadas que siguen adelante al través de las silbas del público, dándose por satisfechos con ganar dinero. Su matador tenía vergüenza torera, y sólo podía mostrarse en el redondel para ser acogido con grandes entusiasmos. Quedar medianamente equivalía a una derrota.
Mientras Gallardo admiraba la carta, entraba y salía su criado Garabato llevando ropas y cajas, que dejaba sobre una cama. Era un mozo silencioso en sus movimientos y ágil de manos, que parecía no reparar en la presencia del matador.
Este se fijó en su cara y en una manga de su chaqueta, completamente vacía, que se arrollaba en el costado derecho. Yo creo que te conozco dijo el matador. Ya lo creo que le conoces interrumpió el Pescadero . Es el Pipi. El apodo hizo que Gallardo recordase inmediatamente su historia.
Al fin, el matador se fijaba en ellos: «Pueen ustés retirarse.» Y la cuadrilla salía empujándose, como una escuela en libertad, mientras el maestro continuaba escuchando los elogios de los «inteligentes», sin acordarse de Garabato, que aguardaba silencioso el momento de desnudarlo.
El propagandista más incansable de su gloria era don José, un señor que hacía oficios de apoderado y le llamaba siempre «su matador». Intervenía en todos los actos de Gallardo, no reconociendo mayores derechos ni aun a la misma familia. Vivía de sus rentas, sin otra ocupación que hablar de toros y toreros.
No sé si era el verdugo ni sé si era un matador pagado respondió Momo ; lo que sí sé es que la agarró por los cabellos y la dio de puñaladas; lo vi con estos ojos que ha de comer la tierra, y puedo dar testimonio. Momo apoyaba sus dos dedos, debajo de sus ojos, con tal vigor de expresión, que aparecieron como queriendo salirse de sus órbitas. Las dos buenas mujeres lanzaron un grito.
Ya que se habían encontrado, y el matador no tenía que hacer, debía visitar su establecimiento.
Agora decid a ese buen hombre que entre; pero adviértase primero no sea alguno de los espías, o matador mío. -No, señor -respondió el paje-, porque parece una alma de cántaro, y yo sé poco, o él es tan bueno como el buen pan. -No hay que temer -dijo el mayordomo-, que aquí estamos todos.
El apoderado pretendía infundir ánimos a su matador, aconsejándole, como siempre, que se fuese recto al toro... «¡Zas! estocada y te lo metes en el bolsillo»; pero al través de su entusiasmo notábase cierto desaliento, como si empezara a cuartearse su fe y dudase ya de si Gallardo era «el primer hombre del mundo». Tenía noticias del descontento y la hostilidad con que le acogían los públicos.
Palabra del Dia
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