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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Una estátua de marmol antigua también en su nicho de nueve cuartas de alto y que representa un Mercurio con el manto que llaman clámide sobre el hombro izquierdo, le falta una mano y el caduceo. Otra estátua de marmol antigua también en su nicho de siete palmos y medio de alto que representa un senador romano con su toga, tiene los pies y manos rotas.
El espada vio casi tendida en el suelo a una mujer vestida de negro, con el cubo al lado, moviendo un trapo sobre las losas de mármol, que parecían resucitar sus colores bajo la húmeda caricia. La mujer levantó la cabeza. Güenos días, señó Juan dijo con la familiaridad cariñosa que inspira todo héroe popular. Y clavó en él con admiración la mirada de un ojo único.
Los hombres, fuertemente arropados con gabanes rusos o entre los embozos de las capas, fumaban puestos en filas, viendo a las damas que bajaban las escaleras de mármol, cuchicheando o cubriéndose los desnudos hombros con costosos chales o vistosos abrigos.
Y en su pirámide de cinco terrazas se levantaba por sobre toda la ciudad, con sus cuarenta templos menores a los pies, el templo magno de Huitzilopochtli, de ébano y jaspes, con mármol como nubes y con cedros de olor, sin apagar jamás, allá en el tope, las llamas sagradas de sus seiscientos braseros.
Los peines de concha guardaban enredadas en sus púas marañas de cabellos; muchos frascos estaban desportillados, y el blanco mármol tenía pegotes formados por el amasijo de gotas de esencia con los residuos de polvos.
Adentro una floresta de columnas de mármol cruzándose en un laberinto que da la idea de la grandeza y la eternidad en la sencillez de concepcion mas perfecta.
Eran hermosas de ver, en aquel domingo, en el cielo fulgente, la luz azul, y por entre los corredores de columnas de mármol, la magnolia elegante, entre las ramas verdes, las grandes flores blancas y en sus mecedoras de mimbre, adornadas con lazos de cinta, aquellas tres amigas, en sus vestidos de mayo: Adela, delgada y locuaz, con un ramo de rosas Jacqueminot al lado izquierdo de su traje de seda crema; Ana, ya próxima a morir, prendida sobre el corazón enfermo, en su vestido de muselina blanca, una flor azul sujeta con unas hebras de trigo; y Lucía, robusta y profunda, que no llevaba flores en su vestido de seda carmesí, «porque no se conocía aun en los jardines la flor que a ella le gustaba: ¡la flor negra!».
Tuve que cerrar por un momento los ojos, deslumbrado. ¡Estaba tan hermosa! ¿Estás contento? me dijo, con una mirada tierna y sumisa. Su rostro, al sonreírse, parecía una máscara de mármol. Entonces me sentí aplastado por la felicidad y por la conciencia de mi falta.
Al otro extremo, frente a una alta vidriera que daba al jardín, y al lado de una chimenea de mármol negro, había una gran mesa del siglo XVII, de nogal, cuadrada, con ancha talla y hierros escarolados, y cómodas butacas y mullidas poltronas, algún tanto desteñidas y un mucho destrozadas, dispuestas en torno: allí recibía Butrón a los profanos a que les era lícito traspasar el dintel de su despacho privado.
Un macferlán de un negro rojizo servíale de abrigo, y por entre las solapas mostraba con cierto orgullo su único lujo, el lujo de la juventud mísera, una gran corbata de colores chillones, que ocultaba la camisa, y un cuello postizo, alto, de rígida dureza, pero cuyo brillo había tomado, con el uso, una blancura amarillenta de mármol viejo. ¿Qué hay de política? dijo otra vez el empleado.
Palabra del Dia
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