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Una fila de pucheros desportillados pintados de azul servían de macetas sobre el banco de rojos ladrillos, y por la puerta entreabierta ah, fanfarrón veíase la cantarera nueva, con sus chapas de blancos azulejos y sus cántaros verdes de charolada panza: un conjunto de reflejos insolentes que quitaban la vista al que pasaba por el inmediato camino.

La barda de cal y canto estaba ruinosa y desconchada; los bancos derruidos y desportillados; y los naranjos que circundaban la fuente, anémicos, devorados por las hormigas. En un arriate, el único que parecía tal, algunas plantas frondosas y lucientes, enflorecidas y galanas.

Los peines de concha guardaban enredadas en sus púas marañas de cabellos; muchos frascos estaban desportillados, y el blanco mármol tenía pegotes formados por el amasijo de gotas de esencia con los residuos de polvos.

Y mientras la hilandera iba por el alto ribazo que bordeaba el camino, el hombre marchaba por el fondo, entre los profundos surcos abiertos por las ruedas de los carros, tropezando en ladrillos rotos, pucheros desportillados y hasta objetos de vidrio, con los que manos previsoras querían cegar los baches de remoto origen.

Como soy ignorante en botánica, no podré decir con exactitud qué plantas eran las que tan profusamente lo adornaban, pero me parece que las que crecían en el viejo bote de petróleo eran azáleas, y estoy seguro que había hortensias en una barrica, geránios en varios cacharros desportillados, y «no-me-olvides» en una lata de sardinas.

A mano derecha hay una vía que empieza en calle y acaba en horrible desmonte, zanja, albañal o vertedero, en los bordes rotos y desportillados de la zona urbana. Antes de entrar por esta vía, Isidora hizo rápido examen del lugar en que se encontraba, y que no era muy de su gusto.

Todos los utensilios de cocina de Hexe-Baizel consistían en una olla de metal, un puchero de barro rojo, dos platos desportillados y tres o cuatro tenedores de estaño; todo su mobiliario, en un asiento de madera, una hacheta para partir la leña, una caja con sal colgada de la piedra y la gran escoba de retamas verdes.

Si algún paseante retrasado se aproximaba por azar, podía ver una humilde capilla a la que se bajaba por tres escalones gastados y desportillados y alumbrada por el resplandor tembloroso de unos cirios casi consumidos, mientras alguna vieja de cabeza vacilante bajo la manta bretona murmuraba una oración.