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Actualizado: 26 de junio de 2025
En el boj que bordeaba el camino, tropezaba Lorenzo a cada paso, al mismo tiempo que esquivaba, al tacto, las guías con flores que los rosales parecían tenderle como para brindarle las galas de sus productos.
Luego, al ver una casa ó un transeunte que se iba aproximando, reanudaba su conversación. Lo que ella temía era un alto en el camino, sentarse con el príncipe en el pequeño parapeto que bordeaba la costa. ¡Mientras siguiesen marchando!...
Y mientras la hilandera iba por el alto ribazo que bordeaba el camino, el hombre marchaba por el fondo, entre los profundos surcos abiertos por las ruedas de los carros, tropezando en ladrillos rotos, pucheros desportillados y hasta objetos de vidrio, con los que manos previsoras querían cegar los baches de remoto origen.
Esta increíble maniobra no podía intentarse más que con un navío tan velero y de una marcha tan segura; porque antes que las dos escampavías se hubiesen colocado de popa al viento, el gitano bordeaba ya el promontorio, que le ocultaba a los ojos de los españoles, ocupados aún en orientarse. Es en este lugar donde los habitantes de Santa María le perdieron de vista.
¡Por Cristo! su tartana va a estrellarse contra los escollos exclamó el oficial . Dios es justo, y puesto que sale del canal contra la marea, su pérdida es segura. En efecto, el condenado bordeaba intrépidamente aquel paso, que el furor de las olas debía hacer impracticable.
Y sin embargo, la pobre hilandera, al llegar cerca de allí, deteníase indecisa, temblorosa, como las heroínas de los cuentos ante la cueva del ogro, dispuesta á meterse á campo traviesa para dar vuelta por detrás del edificio, á hundirse en la acequia que bordeaba el camino y deslizarse agazapada por entre los ribazos; á cualquier cosa, menos á pasar frente á la rojiza boca que despedía el estrépito de la borrachera y la brutalidad.
Se encontraron en el camino a un muchacho de este pueblo que iba a Echarri-Aranaz y en su compañía tomaron por un camino de herradura que bordeaba la sierra de Aralar. Hablaron los tres de la marcha de la guerra, y el chico contó una anécdota de Dorronsoro, que no dejaba de tener gracia.
Muchos católicos sueñan con canonizar a Felipe II por la crueldad fría con que exterminaba a los herejes: el tal rey no tenía otro catolicismo que el suyo; era un heredero del cesarismo germánico, eterno martillo de los papas. Arrastrado por la soberbia, bordeaba continuamente el cisma y la herejía.
En estos rincones pacían algunos rebaños de ovejas panzudas, de largas lanas, dando con sus esquilas una nota de calma pastoril á aquel paisaje desolado que parecía recién surgido de una catástrofe geológica. El camino bordeaba la profunda zanja de una cantera. Era como uno de esos cráteres apagados, en los que muestra el planeta la intensidad de sus convulsiones.
Palabra del Dia
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