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Figúrese lo que serían aquellos buques pequeños con las tripulaciones amontonadas y la madera corroída por toda clase de bichos repugnantes... Como al llegar a la línea el calor hacía que los marineros anduviesen medio desnudos y aprovechasen las largas calmas dándose baños, esta higiene momentánea exterminaba los temibles compañeros, justificando la creencia de que morían por falta de aclimatación al pasar de un hemisferio a otro.

Porque ya es hora de decir que el marqués de Ulloa auténtico y legal, el que consta en la Guía de forasteros, se paseaba tranquilamente en carretela por la Castellana, durante el invierno de 1866 a 1867, mientras Julián exterminaba correderas en el archivo de los Pazos.

Dios era la Suma Bondad y cuidaba de todos, particularmente de los villavejanos, entre los cuales no arraigarían nunca las malas ideas... Últimamente había caído allí una semillita de cizaña... cosa de nada; pero que, como todo lo malo, fructificaría si no se exterminaba a tiempo: el hijo de un tabernero mal aconsejado; un chilindrín presuntuoso, un tal Maravillas, que con el polvo de las aulas, o de los garitos, en la ropa, se había echado a predicar entre la gente menuda unas doctrinas endemoniadas, que corrían el peligro de tomar algún arraigo, por lo mismo que no eran entendidas ni del predicador ni de los oyentes.

Muchos católicos sueñan con canonizar a Felipe II por la crueldad fría con que exterminaba a los herejes: el tal rey no tenía otro catolicismo que el suyo; era un heredero del cesarismo germánico, eterno martillo de los papas. Arrastrado por la soberbia, bordeaba continuamente el cisma y la herejía.