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Este, antes de partir, visita á su joven esposa, de la cual oye la más tierna despedida. Después de retirarse, sorprende su padre á Julia llorando; pregúntale la causa de sus lágrimas, y ella finge verterlas por la muerte de Octavio. Antonio resuelve entonces enlazarla al conde París en vez del difunto Octavio, y con tal propósito le envía un mensajero.

Lo que V. desea saber es... la situación de la señorita Julia en la casa, el por qué no se lleva bien con la señorita Clotilde y con su marido; en fin todo lo que pasa. Cabal. Va V. a salir de dudas. La señorita Julia es sobrina carnal de doña Carmen, hija de una hermana suya que murió hace quince años. La ha criado como a su propia hija, que es de la misma edad, poco más o menos.

Clotilde quedó inmóvil y adormilada, como en reposo absoluto de espíritu y de cuerpo; apenas se notaba su respiración. A Julia se le apagó la lámpara, y cogiéndola sin llamar a nadie, la sacó fuera para que no diese tufo, yendo a dejarla en uno de los cuartos inmediatos. Ya era día claro.

Interrogada Julia Pico acerca de la honradez de los otros criados y de la posibilidad de que alguno de ellos se hubiera entendido con los rusos, sus respuestas disiparon toda sospecha.

Hubiérase dicho que aquellas actitudes semejantes a las de una persona que marcha y tiene calor, refrescaban su memoria. Buscaba un nombre, una fecha, perdía y recobraba sin cesar el hilo enredado de un itinerario y se reía a carcajadas cuando la confusión de su relato era tan grande que se veía obligada a pedir ayuda a la clara y firme memoria de Julia.

Doña Carmen y Javier estaban al lado de Clotilde, para quien se había dispuesto en la sala de descanso una butaca. Julia y Ruiloz paseaban calladamente, yendo y viniendo desde los almacenes de mercancías hasta el depósito de agua, que servía como de abrevadero a las locomotoras.

Julia no se movió. Primero fingió no haber oído. Después fijó lentamente en Oliverio el esmalte azul oscuro de sus pupilas sin llama, y luego que le hubo mirado por algunos segundos de una manera capaz de desarraigar hasta la firme constancia de su primo, me dijo poniéndose de pie: ¿Quiere usted acompañarme junto a mi hermana? Hice lo que ella quería y me apresuré a reunirme con Oliverio.

Fue adonde estaba el muchacho y díjole entregándole la carta: Hijo mío, no he podido encontrar a la señorita Julia... Debe estar ocupad.... Llama en aquella puerta de enfrente y pregunta por ella. Toma cien sueldos por tu trabajo. El muchacho dio las gracias y fue hacia la puerta indicada.

Siento cierto remordimiento pensando en que quizá aquella malhadada croniquilla que escribí, relatando la conversación que tuvo conmigo, haya podido influir en la postergación de un hombre de los méritos agrícolas de Eleuterio. En el «buffet», Julia Elena, como esposa del presidente del Jockey, hace los honores de la casa, con la discreción, la finura y el buen gusto en ella habituales.

Poco cabe ahí dijo Julia mirando el pedazo de cartulina . ¿Sabusté lo que le digo? Póngala usted a la señorita que si no contesta se plantifica usted en su casa pa hablar con ella, y apuesto las orejas a que, por miedo, contesta. En fin, así sabrá usted si da lumbre, porque hasta hoy está usted como alma en pena.