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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Tal era el hombre que Roberto Vérod acusaba de haber muerto a la Condesa d'Arda. ¿Será este hombre capaz de haber cometido el asesinato? se preguntaba Ferpierre, y contra la opinión de Julia Pico, se contestaba: ¡Sí, es capaz! Pero ¿había realmente dado muerte a la desgraciada Condesa? La capacidad de distinguir, por sí sola, no valía nada.
Así fui hasta la puerta del departamento de Magdalena situado a la parte opuesta del de Julia a la extremidad de un interminable corredor. En ausencia de su marido una sola doncella de servicio dormía cerca de ella. Escuché, dos o tres veces me pareció oír el rumor seco de la tosecilla nerviosa que le era habitual a Magdalena, en momentos de despecho o de viva contrariedad.
Pero el comportamiento del Príncipe en los últimos tiempos no era para acoger tal hipótesis. Si de las declaraciones de Julia Pico resultaba que recientemente Zakunine había sido bueno con su antigua querida, también era cierto que había continuado viviendo lejos de ella.
¡Demonio, esta es verdaderamente horrible! Julia se echó a reír diciendo: En Sevilla las llaman «las tres circunstancias agravantes.» A la primera Premeditación, a la tercera Alevosía, y a la segunda Ensañamiento, por orden de fealdad. Tiene gracia... Cualquier día me voy a Sevilla por una de ellas. ¿Y son esas las primas de que me hablabas?
DORA. ¿Está usted muy segura de que no pensará más en ella? JULIA. Se lo juro; puede usted entregarse con toda confianza al dulce dueño, que la iniciará.
Pues V. está enamorado de la señorita Julia; V. ha comprendido que en la casa pasa o ha pasada algo muy gordo, como vulgarmente se dice, y quiere enterarse... naturalmente, un hombre tiene derecho a saber lo que puede importarle. Y esto que V. dice, ¿lo sospecha también doña Carmen? A mi señora no se la escapa nada. ¿Y doña Clotilde y su marido?
En seguida la rompió en pedacitos y la tiró a la chimenea, diciendo, como para que yo me hiciese cargo: «Ya se cansará.» Después me se quedó mirando clavá, y dijo: «Muchacha, ¿tú te has empeñao en irte a servir a otro lao?» Don Juan hizo un gesto de disgusto: Julia prosiguió. Pero lo que yo me digo: cuando no me ha despedío ya..., es güena señal.
Ya hablaremos de esto más adelante. Siéntese en ese sillón, porque tenemos que decirnos muchas cosas. DORA. ¿Usted qué sabe? JULIA. Hace poco tenía yo un presentimiento. Y pensaba: «Hay una señora Stowe, de Chicago, que vendrá a verme una de estas tardes para pedirme algunas lecciones.
No te arrepentirás. Julia no había mentido. La berlina bajaba echando chispas por la Plaza de las Cortes. El cochero, al ver a la niñera, detuvo; abrió Cristeta desde dentro la portezuela y subió la chica con el nene. <tb>
Ruiloz se dio cuenta también de que doña Carmen vivía al parecer siempre atormentada por aquel drama íntimo, esforzándose en limar asperezas, evitar disensiones y alejar conflictos: ya intervenía en los diálogos para variar la conversación cuando corría peligro de agriarse, ya entraba oportunamente en las habitaciones estorbando que Julia se hallase sola con Javier o con Clotilde, ya, por último, y esto era lo que hacía con más gusto, mimaba y acariciaba a su sobrina cual si quisiera recompensarla por algún sacrificio o indemnizarla de alguna grande e inmerecida injusticia.
Palabra del Dia
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