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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Imaginó que entre Julia y Javier había algo y que por encubrirlo fingían: luego creyó que si entonces no estaban unidos por afecto culpable, acaso lo habrían estado tiempo atrás, sustituyendo después el rencor a la pasión: por último, se aferró a la idea de que la aversión que les separaba obedecía a sentimientos de índole opuesta, porque él mostraba bajeza y apocamiento ante Julia, y ésta, por el contrario, le miraba entre despreciativa y soberbia.
¿Qué ocultas ahí, en tu blusa? ¿Una carta? ¿Qué? Dámela... vamos... dámela.... El muchacho, próximo a llorar, dejose tomar por grado o por fuerza, un papel que estrujaba en sus manos crispadas. La carta no tenía dirección. ¿Para quién es esta carta? Para la señora. ¿De modo que te la han dado para la señorita Julia, para que ella se la dé a la señora? El niño indicó que sí.
Cualquier otro hombre hubiese comenzado por galantear a Julia hasta esperanzarse con algún fundamento, para seguir después enamorándola a fuerza de sinceridad y prudencia: él comenzó a discurrir ante todo la manera de salir de dudas; lo demás, suponía que se haría solo. Pronto se le presentó la oportunidad de poner su imaginación al servicio de su propósito.
¡La has ofendido! le dije. Es posible. Julia me angustia. Y así diciendo me volvió la espalda resuelto a cortar por lo sano toda insistencia. Tuve el valor, ¿fue valor?, de quedarme hasta que terminó el baile. Tenía necesidad de volver a ver a Magdalena a solas, de poseerla más estrechamente luego que se marcharan tantas personas que se la habían repartido, por decir así.
Roselo, al ver á Julia, experimenta tal emoción, que casi pierde el sentido, y en este desorden se quita la máscara. Antonio lo conoce al punto, sale de sí de rabia é intenta matarlo, aunque no lo ejecuta merced á los ruegos de los demás caballeros, que invocan en favor de su enemigo los derechos de la hospitalidad.
Su antiguo amor no le abandona, y forma el proyecto de robar á Julia del convento; pero cuando ella se inclina á acceder á sus deseos, retrocede él, temblando, al observar en su pecho el signo de la cruz. Julia, entonces, arrastrada de una pasión sensual y censurable, se escapa del convento y sale en su persecución.
¡Si no la conoces! No importa, la quiero ya como si la conociese. ¿Tendrías gusto en ser hermana política de la sobrina de una estanquera? preguntó el joven con malicia. ¡Ya lo creo! repuso Julia poniéndose seria. Si es buena y bien educada, ¿por qué no?... No vayas a pensar que yo me detengo por eso dijo Miguel, poniéndose también serio.
Julia, puestas las manos sobre las rodillas, inmóvil, con expresión de intensa curiosidad en el semblante, tenía sus grandes ojos taciturnos fijos en el desconocido. En pocos segundos me di cuenta de todo lo que he dicho. Luego pareciome que las luces se apagaban, mis piernas se doblaron y me desplomé sobre el banco. Un espantoso temblor agitaba mi cuerpo de la cabeza a los pies.
Porque ¿quién podría decir si Julia no amaba a Javier? ¿En qué consistiría su tormento? ¿En la postergación sufrida, o en el desengaño experimentado? ¿Quién era capaz de saber lo que pasaba en su alma?
Y él ¿qué dijo a eso? ¡Chica, no me acuerdo! manifestó Miguel soltando a reír. ¡Qué graciosa estás con eso de qué dijiste y qué dijo! Julia estaba tan interesada y pendiente del relato de su hermano, que no se había dado cuenta de aquellas repeticiones. Quedose un poco cortada; pero concluyó en seguida por reírse de sí misma. Mira el retrato de tío Joaquín dijo en voz alta.
Palabra del Dia
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