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Actualizado: 24 de mayo de 2025


En el momento de ser pronunciado el «» irrevocable que decidía la suerte de Magdalena y la mía, el rumor de un suspiro ahogado me arrancó del estupor en que estaba sumido. Era que Julia sollozaba, oculto el rostro con el pañuelo. Por la noche estaba más triste aún, si cabe, pero hacía esfuerzos sobrehumanos para disimular delante de su hermana. ¡Qué niña tan extraña era entonces!

Afortunadamente, salió del peligro pronto: a los cinco días ya se le permitía hablar, aunque no mucho. Julia no se apartaba de su cabecera. La mamá era la encargada de recibir las numerosas visitas que llegaban; y por cierto que no se hartaba de contar a todo el mundo los pormenores de la catástrofe.

Debo advertirle a usted que ya hacía tiempo el estado de Julia me inquietaba. Había hecho respecto de ella muchas reflexiones que he pasado en silencio porque el interés por la preocupación de aquella personita, siendo muy verdadera mi afección por ella, desaparecía lo confieso envuelto en el movimiento egoísta de mis propios rompederos de cabeza.

Roselo se acerca á Julia mientras tanto; ella exclama: Si el Amor se disfrazara Para dar envidia á Febo, Pienso que de este mancebo El talle y rostro buscara; Y yo pienso que Amor es, Que, para quitar la paz, Viene con este disfraz. Roselo, por otra parte, prorrumpe en las palabras siguientes: ¡Ay, cielos! ¿Que fuí Montés? ¡No fuera yo Castelvín! ¿Tanto le costaba al cielo?

Julia, perseguida también y viendo lo inevitable de su muerte, se abraza á una cruz y sale con ella volando por los aires, dejando burlados á sus perseguidores .

Era Julia que había entrado de puntillas sin ser notada. ¡Al fin has caído en mis manos! ¡Abajo los peluqueros! ¡Y en las mías! ¡Arriba las niñas sevillanas! dijo Miguel sujetándola para darla un beso. ¿De dónde sacas , fatigoso, que yo soy de Sevilla? repuso Julita con marcado acento andaluz, y comiéndose más de la mitad de las letras.

El cariño que tía y sobrina se profesaban era prueba indudable de la buena índole de ambas: las atenciones y el mimo que Julia prodigaba a doña Carmen contribuyeron mucho a que Ruiloz descubriese en la primera las cualidades que, hábilmente dirigidas, pueden ser la base de un hogar dichoso.

Para una de estas noches concibió y dispuso Ruiloz su plan, ideado acaso con no muy sólido fundamento, por suponer al prójimo capaz de afectos más vehementes que los por él experimentados, pero que a juicio suyo había de darle plena certidumbre de los sentimientos de Julia.

Entonces el susto de Julia llegó a su colmo: se arrancó con extraordinaria violencia de los brazos que la sujetaban, se puso terriblemente pálida y se llevó el dedo a los labios, diciendo con voz de falsete: ¡Por Dios, Miguel, por Dios... que está ahí mamá! La criada apareció en aquel instante por el otro extremo del corredor. Puede V. pasar cuando guste, señorito.

De esta suerte quedaron ambos al separarse, lleno de confusión el pensamiento: Ruiloz porque aquella prueba había de revelarle el temple y la índole de la mujer querida, y Julia porque a solas con su conciencia imaginaba ser juez en causa propia. ¡Qué noche tan larga... y qué ideas tan negras!

Palabra del Dia

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