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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Josefina, al tocar, se cimbreaba levemente, cual si bailase, y Baltasar estudiaba con curiosidad aquellos tempranos coqueteos, inconscientes casi, todavía candorosos, mientras tarareaba a media voz la letra: Cuando en la noche la blanca luna... Diríase que fuera había aplacado la ventolina, pues los goznes de las ventanas ya no gemían, ni temblaban los vidrios.
¿No tienes sueño aún, rica mía? dijo la dama trayéndola hacia sí y pasándole la mano tiernamente por los bucles de su cabellera. Los tertulios se interesaron vivamente por la criatura. Fue de uno a otro recibiendo caricias y pagándolas con afectuosos besos de despedida. Buenas noches, Josefina. Hasta mañana, rica. ¿Has sido buena hoy? ¿Te ha comprado tu madrina la muñeca que cierra los ojos?
Andando el tiempo, e intimando el trato, llegaron a sentirse atraídos por la genial bondad del sacerdote cuantos habitaban la casa; pero siempre fue Josefina quien, verdaderamente encariñada con el capellán, parecía gozarse más en frecuentar su compañía.
Primero los cuidados mercenarios del ama, luego la hipocresía del convento, después la inútil compañía de un aya extranjera, más tarde la libertad de los salones, las emociones del teatro, la tentación por el espectáculo del mal.... Y rara vez, interrumpió el cura, el ejemplo de la virtud. Felizmente Josefina es una de esas naturalezas que repugnan instintivamente lo torpe.
Ve a pedir la bendición a tu padrino. La niña se dirigió al gabinete. Estas prácticas del tiempo pasado placían mucho al señor de Quiñones. Josefina se acercó a él con timidez. Aquel gran señor paralítico le infundía siempre miedo, aunque procuraba disimularlo porque así se lo había ordenado su madrina. Señor, la bendición dijo con voz apagada. El alto y poderoso maestrante no hizo caso.
Cuando se le veía hablando; embelesado con Josefina, los ojos recreándose en la contemplación de su belleza, mudo y como absorto unas veces, animado otras hasta la locuacidad, comprendíase el por qué de tales dulzuras y complacencias para con la madre de aquel tesoro de discreción y hermosura. La solicitud con que a la duquesa atendía, se explicaba por el afán de acercarse a su hija.
Josefina había permanecido quieta, silenciosa, con la cabeza baja. Las burlas lograron al fin hacer su efecto. Dos lágrimas asomaron rezumando por sus largas pestañas.
Sin aliño y despeinada, Josefina debía parecer poca cosa; ayudada por el tocado, adquiría cierta postiza morbidez.
No le dolía la pérdida de aquel ser sobre el cual había vertido las hieles amargas de su corazón; pero le agitaba la idea de perder de una vez su venganza. Justamente al tercer día de hallarse en cama Josefina, tuvo noticia de que en la noche anterior había salido Fernanda en la silla de posta para Madrid, y que Luis sólo tardaría cuatro o cinco días en reunirse con ella.
Saleta, que hacía el cuarto, hablaba con el capellán sentado detrás de él. En torno de la mesa había tres o cuatro personas de pie mirando el juego. Cerca del noble maestrante se hallaba Josefina con los bracitos cruzados esperando su bendición para irse a la cama.
Palabra del Dia
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