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Actualizado: 13 de mayo de 2025
En viendo que preparan la pistola, ya estoy tapándome los oídos: las chicas se ríen y mamá me dice siempre: «Niña, que te miran...». Pero yo no puedo.... ¡Mejor! Si la miran a usted, ¿qué más quieren los espectadores? declaró Baltasar cediendo a la destreza con que Josefina traía el diálogo al terreno personal.
Por servir a una morena tan sandunguera.... Vas a valer más pesetas con el tiempo.... Hombre, ¿no repara usted Baltasar, lo que ganó desde el año pasado? Mucho más guapa está declaró Baltasar. ¿Pero estas chiquillas no cantan? interrumpió con dureza Josefina García . ¿Han venido aquí a hacernos tertulia? Para eso, que se larguen. No se ganan los cuartos charlando.
Un momento, al pasar por delante de ellas, Lola se volvió a preguntarles no sé qué; al mismo tiempo Josefina tocó levemente en el codo a Baltasar, el cual se inclinó, y por movimiento simultáneo cayeron los brazos de ambos y sus manos se unieron el espacio de un segundo, depositando la mano varonil en la femenina un papelito blanco, tamaño como una mariposa.
De Josefina, que tenía la cabeza vuelta, sólo se alcanzaban a ver los bucles del artístico peinado, la mancha roja de una camelia prendida entre la oreja y el arranque del blanco cuello, y la bola de coral del pendiente, que oscilaba a cada movimiento de su dueña.
La mujer se mostraba pesarosa en extremo; parecía dolerse también de tener que manifestarse agradecida a quien consideraba inferior a su casa; calculaba la ofensa hecha a Félix, y, sobre todo, no perdía ocasión de repetir a su marido que Aldea estaba enamorado de Josefina. A pesar de todo, el disgusto tomó en Margarita un aspecto distinto del que pudieran prestarle tales consideraciones.
Lo agradable de su persona, lo más grato aún de su afabilidad y cortesía, atrajeron el corazón de Josefina hacia el espíritu de Lázaro como el bien atrae al alma.
Fray Diego no estaba conforme con tanta crueldad, pero el barón ni por Dios vivo quiso alterar poco ni mucho aquel plan siniestro de terrible ejemplaridad. Costó trabajo persuadir a Josefina a que viniese con ellos. Consiguiéronlo después de prometerle que su madrina no volvería a pegarla y que sería para ella muy buena de allí en adelante. ¡No faltaba más!
¿La has visto? ¿A quién? balbució el teniente Baltasar, que fingía considerar con suma atención la punta de sus botas, por no encontrarse con la ojeada investigadora de Josefina. ¿A la chiquilla del barquillero... a la cigarrera? ¿Cuál? ¿Era esa que pasaba? contestó al fin aceptando la situación. Sí, hombre, ésa.... ¿Qué tal? ¿Tengo buen ojo?
También la casa en que vivíamos nosotras la han echado abajo, explicó Zoraida. ¿Es posible? Pero el rostro de la anciana volvió a iluminarse: Una vez tu bisabuelo, como siguiendo la broma, me regaló un ramo de diamelas. Josefina se reía, pero no creo que le gustara mucho. Ah, ¡qué ricas diamelas! Y parecía aspirar de nuevo la fragancia y contemplar la escena remota en una milagrosa reaparición.
Un día estaba la dama sola en su gabinete. Se había dejado caer en una butaca. Inmóvil, con la cabeza echada hacia atrás y las manos pendientes, parecía dormida. Sin embargo, Josefina, que rondaba el gabinete, se atrevió a mirar por la rendija de la puerta y observó que tenía los ojos abiertos, muy abiertos, y que su frente estaba temerosamente fruncida.
Palabra del Dia
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