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En el umbral de la barraca se estrecharon las manos unos a otros y se dieron las buenas noches; y unos a la derecha y otros a la izquierda, formando pequeños grupos, regresaron a sus aldeas. ¡Buenas noches, Materne, Jerónimo, Divès, Piorette; buenas noches! gritaba Juan Claudio.

Hullin, Jerónimo, el anciano Materne y el doctor Lorquin se habían sentado alrededor de la labradora para morir juntos. Todos permanecían silenciosos, y los últimos rayos del crepúsculo iluminaban el grupo sombrío. A la derecha, detrás de una prominencia de la peña, se veían brillar, en el fondo del abismo, algunas hogueras de los alemanes.

Buenos días, Catalina contestó grave y solemnemente el jefe del puerto de Grosmann . ¿Viene usted del Donon? ... Aquello va mal, amigo Jerónimo. Los kaiserlicks atacaban la granja cuando abandonamos la meseta. No se veían mas que uniformes blancos por todas partes, y ya comenzaban a franquear las defensas. Entonces ¿cree usted que Hullin se verá obligado a abandonar el camino?

Todas las miradas se, vuelven ansiosas hacia la presidencia. Después del hijo del Perinolo, pidió y obtuvo la palabra don Jerónimo de la Fuente. El ilustrado profesor de primeras letras, deseaba ardientemente levantarse a los ojos del público después de la caída de las Pandectas.

Juan Claudio lo observaba, y a pesar del entusiasmo del triunfo, a pesar de la certeza de haber escapado al hambre, el viejo soldado no podía substraerse a un sentimiento de admiración. Mira dijo a Jerónimo ; hace como nosotros al volver del Donon y del Grosmann; se queda el último y no cede el terreno sino palmo a palmo. Decididamente, hay hombres valerosos en todas partes.

Don Pedro se queda anonadado, y ardiendo en ira por vengarse de Don Jerónimo, creyendo sinceramente que ha faltado al secreto prometido. Cuando deja á su amada, oye un canto burlesco, que entona gente del pueblo, y cuenta con frases ofensivas el éxito infortunado de su desafío: ¡tan conocida ya de todos es su vergüenza!

Kasper, con la frente vendada con un pañuelo, había recibido un sablazo; su bayoneta, su correaje y sus altas polainas azules estaban manchados de sangre. El anciano Materne, gracias a su imperturbable presencia de espíritu, volvía sano y salvo de la contienda. De este modo, los restos de las fuerzas de Jerónimo y Hullin se hallaron unidos.

¡Pero señor! dijo Montiño deteniéndose de nuevo ¿de quién es hijo este muchacho? Y siguió leyendo: «Figúrate, Francisco, que eres sacerdote, y que cuando lees esta carta, estás escuchando en confesión á un moribundo; porque yo voy á traspasar á ti, y con autorización suya, la confesión que me hizo nuestro hermano Jerónimo hace veinticuatro años

No cesaba de leer y releer lo siguiente, que aparecía escrito en el papel que estaba pegado y sellado sobre la cerradura del cofre: «Yo, Gabriel Pérez, escribano público de la villa de Navalcarnero, doy fe y testimonio de cómo el señor Jerónimo Martínez Montiño, recibió cerrado y sellado, como se encuentra, este cofreSeguía la fecha y el signo.

Primero se presentan la muerte, el dolor, la edad, el tiempo, dos ángeles, San Agustín, San Jerónimo y San Francisco.