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Actualizado: 27 de junio de 2025


Las compañías principales, que se distinguieron en la capital, hacia el año 90 del siglo XVI, fueron las de Juan de Vergara, Pinedo, Ríos, Alonso Riquelme, Villegas, Heredia, Pedro Rodríguez, Jerónimo López, Alonso Morales, Alcaraz, Vaca, Gaspar de la Torre y Andrés de Claramonte.

6 En el sueño está la muerte, de D. Jerónimo Guedeja Quiroga. 7 Los siete durmientes, de D. Agustín Moreto. 8 Los dos filósofos de Grecia, de D. Fernando de Zárate. 9 La lealtad en las injurias, de D. Diego de Figueroa y Córdova. 10 La Reina en el Buen Retiro, de D. Antonio Martínez. 11 Mudarse por mejorarse, de D. Fernando de Zárate.

Le he amado toda mi vida decía el maestro de capilla . A me educó un fraile jerónimo, un exclaustrado viejo, que, después de abandonar el convento, corrió algo de mundo como profesor de violoncelo. Los Jerónimos fueron los grandes músicos de la Iglesia.

Aquel fue un golpe terrible para Juan Claudio, Catalina, Materne, Jerónimo y para la sierra entera; mas el relato de estos acontecimientos no entra en el campo de nuestra historia, ya que otros han relatado tales cosas.

De los demás autores dramáticos de la primera mitad del siglo XVIII, como Pedro y Francisco de Scoti y Agóiz, Jerónimo de Guedeja y Quiroga, Rodrigo Pedro de Urrutia, Diego de Torres y Villarroel y otros, es preferible no hablar palabra alguna, porque el examen de sus obras, en los casos más favorables, se reduciría á repetir hasta el cansancio lo que ya conocemos, y adolecería además de una uniformidad desconsoladora por sus argumentos áridos, inmorales y detestables, y por su desarrollo sin forma ni concierto.

Si habéis gozado la honra de acompañar alguna vez en sus expediciones gloriosas por la carrera de San Jerónimo a uno de estos jóvenes y habéis incurrido en la flaqueza de alabar la hermosura de alguna niña modesta, de seguro le habréis visto fruncir el noble entrecejo, alargar el labio inferior en testimonio de desdén y dejar caer estas o semejantes palabras: ¡Pero, hombre, que siempre te has de fijar en estas cursilillas de media tostada!

Pero venga V. acá, alma de Dios, ¿cómo quiere usted que un hombre que está a punto de matar a otro, suelte diez y siete décimas sin respirar! ¡Jesús qué disparate! ¡Amor platónico a una prostituta! ¡Usted se ha caído de un nido, jovenEl que entendía un poco la aguja de marear no se incomodaba, seguía adelante y al terminar depositaba el manuscrito en manos de D. Jerónimo.

Frantz y Hullin, a la izquierda, observaban la meseta; Kasper y Jerónimo, a la derecha, exploraban el valle; Materne y los hombres de la escolta rodeaban a las mujeres. ¡Cosa extraña!

Desde hacía algunos días, el duque lo tenía preparado todo; la casa de don Jerónimo Martínez Montiño, en Navalcarnero, una litera y mozos en la casa vecina á la de la duquesa; cuanto era necesario. Una noche del mes de Septiembre, que Dios quiso fuese obscura y lóbrega, el duque acudió á la reja.

En las calles en cuesta que descendían a la Carrera de San Jerónimo, unos terrenos sin edificar dejaban abierto un ancho espacio de cielo entre las casas. Los ojos de los dos se fijaron al mismo tiempo en una estrella que resaltaba sobre las otras con brillo extraordinario.

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