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Actualizado: 23 de junio de 2025


Ni la inscripción del festín de Baltasar, ni la rota de Roncesvalles, ni la capitulación de Sedán, produjeron tanto efecto como el que originaron las anteriores palabras. Un silencio de muerte invadió el salón, y las lágrimas se agolparon á los ojos.

Sobre todo, a causa de su botón colgante; los espías no tienen a nadie que pueda coserles los botones, y todos deben de llevar colgando del gabán un botón de que no pueden servirse. Experimentó un sentimiento de soledad triste, propia sólo de los espías. Una profunda melancolía invadió su corazón.

Vagué aquella noche por la ciudad, y cuando el silencio invadió la población, yo no cómo, me encontraba aún delante de los tres balcones de la casa de Valentina en muda contemplación, levantando castillos de España sobre esos andamios gigantescos que sólo los diecisiete años tienen privilegios para apoyar en el aire.

Después abrió las cuatro ventanas del gabinete y apagó la luz. Una escasísima claridad triste y fría invadió la habitación de la señorita de Elorza, prestando a los muebles un aspecto lúgubre que estaban lejos de tener ordinariamente.

Dos lágrimas brotaron lentamente de sus ojos y empezaron a deslizarse por sus mejillas. No lo que pasó en . ¿Ni cómo describirlo, aunque lo supiera? Acerqué mis labios a su cara para enjugar el llanto, y se unieron nuestras bocas en un beso. Inefable embriaguez, desmayo fecundo en peligros invadió todo mi ser y el ser de ella. Su cuerpo desfallecía y la sostuve entre mis brazos.

Más hubiera dicho, pero la tos, que por lo homérica, tenía cierta semejanza con la risa de los dioses, le invadió de súbito y allí fue Troya. Concluido el acceso, el ojo rotatorio derramó abundante lloro, mientras el otro, más cerrado que arca de avaro, no daba señales de existencia. «Y ahora continuó Bou, gozoso del mutismo de Mariano , si quieres que te consejos, te los daré.

En aquel momento se abrió la puerta del claustro, y una multitud de carabineros, frailes y gente del pueblo invadió el jardín lanzando atroces rugidos. ¡Muera el condenado! ¡muera el maldito! gritaban todos. El gitano se deslizó como una serpiente detrás de un macizo de áloes.

Veo el cuadro entero, vivo, palpitante, ahí, delante de mis ojos; retorno con el alma a la sensación del momento, al terror vago que me invadió, a aquel grito de amenaza y ruego con que hice retirar a un niño que se inclinaba curioso a mirar el abismo y que quedó absorto contemplándome sin comprender ni mi angustia ni su peligro; veo el hondo, hondo valle allá abajo, llega aún a mis oídos el romper de las aguas contra las rocas de la llanura, escena terrible que se desenvuelve misteriosa, sin que el ojo humano jamás la observe, envuelta en la nube diáfana de los vapores irisados: veo las ciclópeas murallas de granito, severas en su inmovilidad, sus florescencias gigantescas, el agua que parece brotar de sus entrañas pletóricas de savia en chorros violentos, como la sangre saltando de una ancha herida... ¡y me revuelvo en la impotencia para pintar ese espectáculo sin igual en esta ínfima porción de lo creado que nos fue dado conocer!

El terror invadió su alma. ¿Dónde estaban sus convicciones, su profesión de fe? Su espíritu hallábase vacío, y no veía nada seguro sobre qué poder apoyarse para no caer en el fondo de aquel abismo negro, espantoso. «Mis convicciones balbuceó, imaginándose que se encontraba ante los jueces . Todo el mundo conoce mis convicciones. Estoy convencido de que...»

Sujetose las sienes con las manos y estuvo largo rato con los ojos cerrados. Al abrirlos, percibió las mejillas húmedas. Algunas lágrimas se habían deslizado entre sus pestañas. Una melancolía profunda invadió su alma. ¿Por qué? ¿Todas aquellas maravillas no pregonaban la grandeza del Creador?

Palabra del Dia

irrascible

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