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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Una oleada de sangre ardiente invadió mi corazón; creí que iba a ahogarme. En seguida la puerta se abrió y la mano de Roberto me asió en la obscuridad: me dejé llevar sin tener conciencia de lo que hacía, y no salí de mi estupor sino en el momento en que caí de rodillas, sollozando, junto a la cama, y oculté la cara en las almohadas, mientras una mano húmeda y caliente me acariciaba la cabeza.

Después los circunstantes se fueron retirando lentamente y en la escalera se oyó el repique vibrante de la campanilla del sacristán anunciando que el Señor se alejaba de la casa. Quedaron solamente los íntimos. Un grupo de señoras invadió el cuarto de la enferma para felicitarla y enterarse de su estado.

El Naranjero se destacó del grupo, vino con sonrisa burlona, y llevándose la mano al sombrero, con afectado respeto, me preguntó: Mi amo, ¿e su mersé gallego? Una ola de indignación me invadió la cabeza. Me levanté furioso, y tratando de arremeterle, le escupí a la cara más que le dije: El gallego lo será usted, ¡tío granuja indecente! Por tercera vez negué a mi tierra.

En el puente tocó con un entusiasmo pueril la caperuza de bronce de la bitácora y los demás instrumentos de dirección, brillantes como si fuesen de oro. Quiso ver la cocina, ó invadió los dominios del tío Caragòl, poniendo en lamentable desorden sus formaciones de cacerolas, asomando su hocico sonrosado á la boca humeante del gran puchero en el que hervía el almuerzo de la gente.

Y por mucho tiempo, en la lobreguez que invadió de nuevo el dormitorio, sonaron las maldiciones del príncipe, alternadas con rugidos de orgullo y angustias de llanto. Al día siguiente persistió su convicción. La gracia pueril de la mañana, que infunde optimismos, fué muda para él. ¿Cómo saber la historia de este suceso sospechado y temido, pero que nunca creyó llegara á realizarse?...

La gente invadió el saloncillo. Pusieron los tamboriles sobre las sillas, la vieja bandera en un rincón, y circuló el vino trasañejo. Después de consumir algunas botellas a la salud de don Federico, de conversar gravemente acerca de la fiesta, de si la farándula será tan bonita como el año anterior, de si serán bravos los toros, vanse los músicos a dar la alborada a casa de los demás regidores.

Juan veía cerca de él la cara querida, los hermosos ojos soñadores que evocaba tan a menudo y en el silencio de aquel cuarto de enfermo, una profunda turbación lo invadió.

En ocasion de hallarse predicando de ceniza Fr. Luis Collado, guardian de S. Francisco, y celebrando la Misa el arcediano de Pedroche, invadió el pueblo la catedral clamando que se iban de la ciudad los frailes predicadores del convento de S. Pablo.

En cuanto a Chipichipi, legábale su padre el sombrero de copa. Imagínese el júbilo de la cónyuge y de los hijos mayores, y el enfado del Benjamín de la casa. ¿Para qué quería él un sombrero viejo, sucio y de forma tan poco artística? Invadió el ánimo del príncipe tal furia, que echó al suelo la despreciada prenda y propinóle un fuerte puntapié.

Un tinte lívido invadió su cara enflaquecida y afeitada, sus ojos se agrandaron asustados como á la vista de un espectro, tembló con todos sus miembros y, las manos juntas, los labios balbucientes, dijo muy bajo, como si temiera hacer desvanecerse aquella dichosa visión: ¡Cristián! ¡Cristián! ¿Es posible? ¡Cristián!

Palabra del Dia

neguéis

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