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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Un año largo languidece la desventurada en su prisión, al cabo del cual recobra su libertad y emprende una peregrinación á Santiago. A su regreso llega á la aldea, en donde viven sus hijos, y los abraza derramando copiosas lágrimas. El Príncipe, mientras tanto, aunque convencido de su infidelidad, la ama, sin embargo, y rehusa obstinadamente casarse con la Princesa.

Procuró éste con dulcísimas palabras y mucha afabilidad mitigar el odio de la madre y ganarla el ánimo, á fin de poder bautizar al niño; mas todo fué en vano, porque el demonio hablando por boca de una mujer en todo suya, no menos por la infidelidad que por la lascivia, y vomitando contra el Misionero y contra aquel Santo Sacramento tantas injurias y blasfemias cuantas diría un dementado en lo más ardiente de sus furias, exhortaba á la madre no permitiese lavar á su hijo en las santas aguas del bautismo; porque le sucedería lo que á otra madre mal aconsejada, que ofreciendo su hijo para ser bautizado, lo mismo fué caer sobre el niño el agua santa, que salir de esta vida.

Ganaba cuanto quería; parecía un muchacho con su trajecito claro, corbata roja y el enorme cigarro, al que conservaba la sortija de papel, para que todo el mundo se enterase de su precio. A un lado tenía a Teresa, tranquila y sin sentir la menor sospecha de infidelidad, y al otro a doña Manuela, orgullosa de la admiración que ella y sus niñas despertaban en una parte de la plaza.

Decía que el gorro de dormir era una punta que atraía los atributos de la infidelidad conyugal. Pero aquella noche había tenido frío, y a falta de gorro de algodón o de hilo, se había cubierto con el que usaba de día, aquel gorro verde con larga borla de oro. Ana vio y oyó que en aquel traje grotesco Quintanar leía en voz alta, a la luz de un candelabro elástico clavado en la pared.

Resuelto a que su amistad «con aquel ángel hermoso» no acabase de mala manera, en una aventura de grosero materialismo llena de remordimientos y dejos repugnantes; seguro de que aquella mujer ponía en aquel lazo piadoso toda la sinceridad de un alma pura, y que degradarla, caso de que se pudiera, sería hacerle perder su mayor encanto; el Magistral que vivía ya nada más de esta refinada pasión que según él no tenía nombre, luchaba con tentaciones formidables, y sólo conseguía contrarrestar las rebeliones súbitas y furiosas de la carne con armisticios vergonzosos que le parecían una especie de infidelidad.

Por algo la avisaba el instinto, haciéndole temer la cólera del marido en los primeros tiempos de su infidelidad. Recordaba el gesto de aquel hombre al sorprenderla una noche á la salida de la casa de Julio. Era de los apasionados que matan. Y sin embargo, no había intentado la menor violencia contra ella... El recuerdo de este respeto despertaba en Margarita un sentimiento de gratitud.

En el acto segundo vemos á D. Juan, desesperado por la infidelidad de su amada; hasta la prueba de afecto, que le ofrece, entregándole todos los regalos recibidos, se estrella en su incredulidad, y resuelve, por tanto, hacer la corte á otra beldad, llamada Marcela.

El remordimiento que la infidelidad a Jesús despertaba en ella, era de terror, de tristeza profunda, pero se envolvía en una vaguedad ideal que lo atenuaba; el remordimiento de su infidelidad al amigo del alma, al hermano mayor, a don Fermín era punzante, era el que traía aquel asco de misma, el tormento incomparable de tener que despreciarse.

Abandónala, pues, á causa de esta vocación interior, y se oculta en un lugar montañoso y solitario para hacerse ermitaño y ganar el cielo. Lucrecia, como es natural, se desespera al conocer la infidelidad de su amante. Resuelve entonces seguirlo. Lo mismo hace María, sobrina de Abraham, porque necesita obtener el consentimiento de su tío para casarse con su amante Alejandro.

En honor de la verdad, se ha de decir que Santa Cruz amaba a su mujer. Ni aun en los días que más viva estaba la marea de la infidelidad, dejó de haber para Jacinta un hueco de preferencia en aquel corazón que tenía tantos rincones y callejuelas. Ni la variedad de aficiones y caprichos excluía un sentimiento inamovible hacia su compañera por la ley y la religión.

Palabra del Dia

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