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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Encontraba tan inexplicable seducción en sus rasgados ojos aterciopelados, en su gravedad majestuosa, en el contraste adorable de sus cabellos negros con el alabastro de su rostro, que no concebía cómo pudiera aborrecerse á un ser tan bello. El goce de verla, de escuchar su voz, de despertar tal vez que otra una fugaz sonrisa de complacencia en su semblante le retenía á su lado.
Notaron, sí, de súbito, una cosa inexplicable y fenomenal. Todas las figurillas del Nacimiento se movieron, todas variaron de sitio sin ruido. El coche del tranvía subió á lo alto de los montes, y los Reyes se metieron de patas en el arroyo. Los pavos se colaron sin permiso dentro del Portal, y San José salió todo turbado, cual si quisiera saber el origen de tan rara confusión.
El Vara de palo se sentó, mirando con asombro a Gabriel. Le alarmaba su seriedad inexplicable, el silencio prolongado, en el que parecía coordinar sus pensamientos, cual si no supiera cómo empezar... ¡Habla, hombre! ¡Rompe de una vez! Me tienes intranquilo. Hermano dijo Gabriel con gravedad , bien sabes que he respetado ese misterio de tu vida con el que me encontré al volver aquí.
Nunca se había atrevido á confesar este misterioso efecto; pero Velázquez llegó á notarlo, y como era hombre complaciente cuando no se tocaba á su orgullo, procuraba evitarle el disgusto; tanto más, cuanto que tampoco era muy inclinado á mostrar esta habilidad, que juzgaba poco varonil. Á este inexplicable efecto uníase ahora otro que se explicaba perfectamente.
La negra calma de la noche serenó y puso en orden sus atropellados pensamientos. Vio de pronto con toda claridad la conducta de Mrs. Power, que le había parecido hasta entonces inexplicable... No mentía al alabar la frialdad de su carácter, que ella llamaba «práctico», dando a tal palabra la misma solemnidad que si fuese un título de nobleza.
La inutilidad de sus esfuerzos le llenaba de una inquietud inexplicable. Quizá Marta estuviera enferma, quizá las sacudidas de la víspera habían perturbado violentamente su sistema nervioso. Al asaltarle esta idea, corrió tras la sirvienta y le dijo: Ve a ver a la señora, y pídele las llaves de las piezas del aya. Las necesito en seguida, iré a buscarlas yo mismo.
Varios de ellos habían cambiado de postura con una rapidez inexplicable. Ahora estaban tendidos de espaldas y parecían dormir. Uno tenía abierto el uniforme sobre el abdomen, mostrando entre los desgarrones de la tela carnes sueltas, azules y rojas, que surgían y se hinchaban con burbujeos de expansión. Otro había quedado sin piernas.
"¡Qué divina se ha puesto Laura Aliaga!" oyó decir a una señora, en voz baja, al terminar una fiesta de caridad organizada por las damas Vicentinas. Y le dio pesadumbre pensar que acaso las había visto, sin reconocerlas. Por otra parte, le infundía cierto inexplicable temor la idea de relacionarse con ellas nuevamente. Fue una emoción que le dejó recuerdos imborrables.
En diez años no se había visto otra cosa. ¿Pero sublevarse Martínez, que siempre había estado de acuerdo con los que mandaban?... En el Palacio de Méjico, el presidente provisional, los ministros y los personajes que dirigían al gobierno se miraban con extrañeza al comentar este acto inexplicable.
Usted es hombre y casi comienza ahora a vivir. Yo voy desde los dieciséis años rodando por el mundo, de escenario en escenario, y este maldito carácter, este afán de no ocultar nada, de no mentir, ha contribuido a hacerme peor de lo que soy. Yo tengo en el mundo muchos enemigos que a estas horas se creerán felices con mi inexplicable desaparición.
Palabra del Dia
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