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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Aquí entra, en mi sentir, la inexplicable tontería, el idiotismo perverso del Fausto de Göethe, sobre todo en lo más humano y menos simbólico, en la primera parte, en sus amores con Margarita. No digo yo un caballero particular cualquiera, que no haya estudiado libro alguno y que se caiga de tonto, sino el propio Pedro Urdemalas no lo hace peor que Fausto lo hizo.
Pues aunque soy tan reciente, crea usted que lo soy de veras, y que tendría placer muy grande en demostrárselo... aunque fuese con cualquier sacrificio... Porque usted es muy simpática a todo el mundo por su carácter franco y espontáneo, pero crea usted que a mí lo es más que a nadie... A los que nacimos y vivimos en el Norte, esa espontaneidad, esa gracia que tienen las andaluzas nos causa una impresión inexplicable.
No obstante el parecido con su antipático papá, era el chiquillo guapísimo, con tal expresión de inteligencia en aquella cara, que se quedaba uno embobado mirándole; con tales encantos en su persona y carácter, y rasgos de conducta tan superiores á su edad, que verle, hablarle y quererle vivamente, era todo uno. ¡Y qué hechicera gravedad la suya, no incompatible con la inquietud propia de la infancia! ¡Que gracia mezclada de no sé qué aplomo inexplicable á sus años! ¡Qué rayo divino en sus ojos algunas veces, y otras qué misteriosa y dulce tristeza!
Era infiel como una mujer coqueta; desaparecía de pronto, repitiendo la misma fuga inexplicable con que había asombrado á su familia.
Pasó entretenido unos cuantos minutos, luego volvió los ojos hacia la portada, pareciéndole inexplicable que su hermano no saliera en seguida; pero trascurrió un buen rato, y nada, Tirso no volvía. Miró el reloj, dio dos o tres paseos por delante de la fachada, sin soltar los sacos, y volviendo a subir las escaleras, dirigió otra vez la vista hacia la iglesia.
Todo ello es más inexplicable, es más contrario a la razón que la más ridícula de todas las mitologías, que la más rudimental y primitiva de todas las religiones. Y, por el contrario, no bien afirmamos la existencia de Dios, todo se aclara y todo en el transformismo nos parece más hermoso y más conforme con la omnipotencia y la sabiduría de Dios que en cualquier otro sistema cosmogónico.
Verdaderamente, no era lógico. Hay momentos en que siento una alegría inexplicable: el aviso misterioso de que voy á recibir una buena noticia; la misma corazonada de los días en que llego al Casino segura de ganar... y gano. He escrito al rey de España, que se ocupa de la suerte de los prisioneros y muchas veces hasta consigue que los devuelvan á su patria.
Los periódicos de la capital anunciaron la llegada de la generala Martínez, «digna compañera del héroe de Cerro Pardo»; y pocos días después ocurrió el hecho inaudito, inexplicable, que produjo más emoción y extrañeza trañeza en el país que la mayor parte de las revoluciones anteriores.
Acrecienta lo inexplicable de este prodigio, si no presuponemos una Providencia personal y sapientísima que todo lo dirige, el que posea aún el mencionado mamífero doce mil reales de renta y el que se vista y calce con sumo primor, elegancia y decoro, lo cual implica, por un lado, el desenvolvimiento de la sociedad a través de los siglos para crear las leyes, para hacer que haya herencia y propiedades individuales; e implica por otro lado, según se comprende muy bien cuando se estudia la economía política, la multitud de milagros del comercio, de la industria, de las artes textiles, indumentarias y de curtidos de cueros, y otras mil agudas invenciones, como la división del trabajo y como el objeto que vale por sí y representa además y mide con exactitud lo que valen los otros objetos, facilitando la circulación y los cambios, sobre todo si se le añade cierto descubrimiento más sutil aún, o sea, la virtud representativa de todo lo que vale por algo que por sí vale poco o nada y que se llama crédito, difícil de adquirir, no obstante, pues yo carezco de él, aunque lo deseo.
Se imaginó el príncipe á Martínez persiguiendo á Alicia con sus deseos de enamorado. «Lo mataré: debo matarlo», dijo mentalmente. Pero su cólera homicida sólo duró un instante. Pasaron por su memoria las diversas escenas del duelo: él besando la mano del oficial, en un arrebato de inexplicable humildad, que le atormentaba como un remordimiento. ¿Qué hacer ahora?
Palabra del Dia
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