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Algunas que aún no habían salido de la primera juventud y llevaban poco tiempo de matrimonio, paseaban casi todo el día del brazo del esposo con aires de tiple enamorada, inclinando la cabeza sobre el hombro de él, como si la cubierta fuese el jardín de «Fausto». Por dignidad de clase, gozosas de jugar un rato a «señora mayor», distinguiéndose de las solteras, permanecían entre las respetables matronas; pero de pronto sentíanse agitadas por un hormigueo irresistible.

Probó a abrir valiéndose de la fuerza y de la maña. Pero ni una ni otra valían en aquel caso. La puerta del sagrado recinto estaba bien cerrada. Siguió la infeliz mujer exhalando gemidos, como los de un perro que se ha quedado fuera de su casa y quiere que le abran. Después de media hora de inútiles esfuerzos, desplomose en el umbral de la puerta, e inclinando la cabeza se durmió.

El doctor, inclinando hacia ella su encanecida cabeza, le suplicó que callase: bien claramente veía que todo había acabado y ya sólo deseaba retardar cuanto pudiera la eterna separación.

Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho.

La marquesa y el sacerdote seguían cuchicheando vivamente allá en un rincón, ella cada vez más humilde e insinuante, sentada sobre el borde de la butaca, inclinando su cuerpo para meterle la voz por el oído; él más grave y más rígido por momentos, cerrando a grandes intervalos los ojos como si se hallase en el confesionario.

No le remordía la conciencia. Su conducta con Fray Miguel había procedido de la intención más sana. Sin duda Fray Miguel pensó lo mismo, después de la larga pausa y de la mirada escrutadora. No quiso, sin embargo, hablar más. Se levantó de la silla, tomó su lámpara, pronunció un Dios te guarde, inclinando la cabeza, y se volvió a su celda sin más explicaciones, preguntas ni discursos.

Entonces se levantó Carmen, y trémula y sonrojada, se adelantó hacia el joven, e inclinando los ojos, le dijo: , Pablo, te pedimos perdón; yo te pido perdón por lo de hace tres años ... yo soy la causa de tus padecimientos ... y por eso, bien sabe Dios lo que he llorado. Te ruego que no me guardes rencor. La joven no pudo decir más, y tuvo que sentarse para ocultar su emoción y sus lágrimas.

¡Tanto tiempo sin vernos! exclamó Juan pasándole el brazo por la espalda. ¡Tenía que ser, tenía que ser! dijo ella inclinando su cabeza sobre el hombre de él . Es mi destino. ¡Qué guapa estás! ¡Cada día más hermosa! Para ti toda afirmó ella, poniendo toda su alma en una frase. Para toda dijo él, y las dos caras se estrujaron una contra otra . Y no me la merezco, no me la merezco.

E inclinando su cabeza rubia obscura, cargada de gruesas trenzas, como un casco de oro antiguo, dijo sonriendo con confianza amistosa y burlona: Bien venido, Rafaelito. No por qué, le esperaba esta tarde. Ya nos hemos enterado de sus triunfos: hasta este desierto llegaron la música y los vivas. Mi enhorabuena, señor diputado. Pase adelante su señoría.

Es natural ... dijo también suspirando el cura, e inclinando con melancolía su frente pensadora, surcada por arrugas precoces. Aquello me puso silencioso, y así tomé asiento junto a un buen fuego que ardía en la humilde chimenea del saloncito. Hasta entonces pude examinar completamente la persona del cura.