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Que asimismo habian sido muy liberales, en distribuir entre ellos los géneros de mas valor, como sedas, brocados, tisues, &a., estimando esta gente mas los paños ordinarios para estar bien abrigados. Que al principio bajaron con sus armas, arcos y saetas, echándolas por tierra en señal de paz y amistad, inclinando el cuerpo, y luego saltando, rascandose y palmeteando.

Despues se alejó á cierta distancia para contemplar el efecto, inclinando la cabeza ya á un lado ya á otro para mejor juzgar de su aspecto y magnificencia. Y viendo que Basilio le miraba con ojos interrogadores á la vez que recelosos, repuso: Esta noche habrá una fiesta y esa lámpara se colocará en medio de un pequeño kiosko-comedor que he mandado hacer al efecto.

Todo lo que se puede querer a una persona dijo ella, inclinando la cabeza, que le pesó, sin duda, por una extraordinaria aglomeración de recuerdos. Cordero sintió un nudo en su garganta. Necesitó tragar algo para quitar aquel estorbo y poder decir: ¿Y siempre lo mismo? Siempre le quería lo mismo y no pensaba más que en él, a todas horas, dormida y despierta. ¿Y cuando estaba ausente?

Nadina, inclinando su orgullosa cabeza, le besaba el brazo. ¡Oh, héroe!... ¡Héroe mío! Después de esto volvió á erguirse fría y serena, sin más que una leve palpitación en las alillas de su nariz. Ya no la inquietaba el deseo de conocer inmediatamente aquellas cicatrices espantosas que le habían descrito los camaradas del valeroso soldado.

Nos sentamos en un sofá al concluir la pieza que habíamos bailado, y como yo tratara de guardar cierta distancia respetuosa, dejándose caer sobre el respaldo del asiento, e inclinando la cabeza graciosamente, me dijo: ¿Por qué tan lejos? Acérquese usted más... tome mi abanico, deme aire, me sofoco...

Miguel había echado sus dos brazos sobre los hombros de ella, dominándola, inclinando su busto, oprimiéndolo contra su pecho. Su boca buscaba la otra boca que pretendía resistirse, huyendo con violentas contorsiones del cuello. Finalmente, cesó el rugido de protesta. Las dos cabezas permanecieron inmóviles.

Estuvo un rato privado del uso de sus sentidos; y quando cluvó sus miradas en los ojos de Astarte que lentamente se abrian de nuevo entre desmayados, confusos y amorosos: ¡O potencias inmortales! exclamó, ¿me restitais á mi Astarte? ¿en qué tiempo, en qué sitio, en qué estado torno á verla? Hincóse de rodillas ante Astarte, inclinando su fiente baxo del polvo de sus pies.

Tenía miedo de estos enternecimientos que no servían para nada». La luna la miraba a ella con un ojo solo, metido el otro en el abismo; los eucaliptus de Frígilis inclinando leve y majestuosamente su copa, se acercaban unos a otros, cuchicheando, como diciéndose discretamente lo que pensaban de aquella loca, de aquella mujer sin madre, sin hijos, sin amor, que había jurado fidelidad eterna a un hombre que prefería un buen macho de perdiz a todas las caricias conyugales.

Con esto entendimos, o imaginamos, que alguna mujer que en aquella casa vivía nos debía de haber hecho aquel beneficio; y, en señal de que lo agradecíamos, hecimos zalemas a uso de moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí a poco sacaron por la mesma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron a entrar.

María entró precipitadamente en el cuarto en que se hallaba Stein y se puso a escucharle con la mayor atención, inclinando el cuerpo hacia adelante, con la sonrisa en los labios, y el alma en los ojos. Desde aquel instante, la tosca aspereza de María se convirtió, con respecto a Stein, en cierta confianza y docilidad, que causó la mayor extrañeza a toda la familia.