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Actualizado: 26 de junio de 2025
ABIND. Y eso ¿a quién le importa más? Dame tus hermosos pies. JARIFA. La mano te quiero dar, Tuya soy desde este día. ABIND. Yo tuyo, Jarifa mía: Ya bien te puedo abrazar. JARIFA. Como hermano y como esposo, De que ya te doy la mano. ABIND. No hables de eso de hermano Que vuelvo a estar temeroso. ¡Oh famoso y claro día, Que tanta gloria me apresta!
No me retengas exclamé, y en nombre del Cielo, por lo más sagrado, no me hables nunca de lo que has visto. Siguiome hasta el patio empeñado en hablarme. ¡Calla! le dije, y escapé. Luego que estuve en mi habitación y pude reflexionar tuve un acceso de vergüenza, de desesperación y de locura amorosa que no fue parte a consolarme pero me alivió.
Francisca... volvió a decir la pobre Paulina completamente enfadada esta vez. Ea, no hables tú ahora como mi madre exclamó Francisca cada vez más exasperada. Me fastidias y me irritas... ¡Vamos, niñas!... ¿Qué pasa? preguntó la abuela desde el extremo del salón. Pasa, señora, que estoy muy enfadada respondió Francisca. Venid un poco con nosotras; nuestro juicio corregirá vuestra exuberancia.
Era la niña de estancia, acostumbrada a presenciar las peleas de los peones y las crueles hazañas de su hermano. Pero no tardó en arrepentirse de su cólera. Era demostrar tristeza y despecho por la negativa de aquel hombre. Prefirió reír, con una risa forzada, insolente, despectiva. Adiós. No me hables más; como si nunca nos hubiésemos conocido... La culpa la tengo yo, por haberte hecho caso.
Pues yo te juro que no haré ni un movimiento mientras tu hables... Conque, empieza cuando quieras. Escúchame, Amaury dijo Felipe. ¿Te acuerdas del primer curso de leyes que estudiamos juntos? Salíamos de clase abarrotados de filosofía, sabios como Sócrates y sensatos como Aristóteles.
Quiero dijo el duque que sepas mis faltas, juzgadas por el mundo con demasiada severidad, mi justificación y mi arrepentimiento. Hagamos un pacto dijo la duquesa interrumpiéndole . No me hables nunca de tus faltas y yo no te hablaré nunca de mis penas. En este momento entró Ángel corriendo.
Linda, la que estuvo en Urbia cuando fué el domador, y murió tu madre. ¿No te acuerdas? ¿Usted es Linda? ¡Oh, no me hables de usted! Sí, yo soy Linda. He sabido como habías venido a Logroño y he mandado que te buscaran. ¿De manera que tú eres aquella chiquilla que jugaba con el oso? La misma. ¿Y me has conocido? Sí. Yo no te hubiera conocido. Habla, cuenta de tu vida.
Pero aquí, á la luz del sol, y en medio de todas estas gentes, no nos conoce, ni nosotros debemos conocerle. ¡Sí, un hombre raro y triste con la mano siempre sobre el corazón! No hables más, Perla, le dijo su madre, tú no entiendes de estas cosas. No pienses ahora en el ministro, sino mira lo que pasa á tu alrededor y verás cuán alegre parece hoy todo el mundo.
Mira, Fernandito, vida mía; te he dicho que no hables en ninguna parte... Eso no es cuestión de clima. ¿Te enteras?... De modo que mañana vuelves al colegio y le dices a ese señor rector, de mi parte, que yo no permito que Paquito comulgue sin estar convenientemente preparado... ¡He dicho!
Por eso me gusta tanto viajar... Con el ruido del tren, no oigo el mío». Hubo un momento de silencio y tristeza en la mesa; pero aquello pasó, y siguieron charlando. Jacinta observaba que alguien le hacía telégrafos desde la puerta, alzando un poco el cortinón. Salió: era Guillermina. «No, yo no paso. Tengo que irme al momento a la obra le dijo con secreteo . Vengo para encargarte que le hables.
Palabra del Dia
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